Walter Kutschmann, el nazi vestido de cordero que disfrutó décadas de impunidad en Argentina

La historia del alemán Walter Kutschmann deja una larga sombra de evasión, odio, muerte e impunidad. Su prontuario como criminal de guerra lo catapultan como uno de los nazis más sanguinarios y crueles de la historia, señalado como responsable de incontables masacres en Europa.

Sobrevivientes de las atrocidades de Kutschmann, describen al ‘Untersturmführer’, rango que ocupaba como oficial de la Gestapo (Policía Secreta Nazi) y de la temida ‘Schutzstaffel’ (SS) —organización paramilitar de combate que protegía al dictador Adolf Hitler—, como un tipo despiadado y de carácter escalofriante que ejecutaba a sus «enemigos» sin remordimiento. Su expediente en Argentina fue liberado por el Gobierno, junto a otros archivos de nazis que se refugiaron en ese país suramericano tras la derrota del nazismo.

A Kutschmann, según el Museo Memorial del Holocausto de EE.UU., se le señala de cometer al menos 1.500 asesinatos contra judíos polacos, entre 1941 y 1942, crímenes de lesa humanidad perpetrados especialmente contra niños, mujeres jóvenes y académicos.

Cuando comenzó la debacle del nazismo, el alemán logró como miembro del Partido Nazi, que lo transfieran en 1944 a París, Francia, por orden del oficial de inteligencia Hans Günther von Dincklage.

En la capital francesa, Kutschmann sostuvo reuniones con la diseñadora de modas Coco Chanel, pareja de von Dincklage, quien trabajaba para la embajada alemana en Francia mientras ambos operaban como espías nazis. En esos encuentros, el alemán se vinculó a la llamada Operación Modellhut, que intentó negociar sin éxito la rendición nazi con el entonces primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, detalla la prensa.

Sin embargo, la estancia de Kutschmann en Francia fue corta y a finales de 1944 viajó a Vigo, España, donde se radicó gracias a «Odessa», una red secreta de antiguos miembros de las «SS» que le dio una identificación falsa que lo acreditaba como «religioso» y que estaba certificada por la Cancillería española, bajo el mando de la dictadura de Francisco Franco.

«Monje carmelita»

Instalado en España, el alemán asumió la identidad de un monje carmelita muerto llamado Pedro Ricardo Olmo. Pero tras la derrota nazi en 1945 ante la Unión Soviética y la búsqueda en Europa de genocidas prófugos, el supuesto cura abandonó el continente y se fugó a Suramérica.

Kutschmann zarpó con destino a Buenos Aires, la capital de Argentina, y tocó puerto el 16 de enero de 1948. Con su nueva identidad, el falso religioso consiguió trabajo casualmente en la empresa alemana de luminarias Osram, en la sección de compras, reseña la Revista Gente.

Era «un hombre que jamás saludaba, orgulloso y poco amable«, comentaron porteros y ascensoristas citados por Gente, cuando se les pidió describir la personalidad del alemán, quien trabajó ahí más de 20 años, tiempo en el que incluso se vinculó con las actividades culturales de la comunidad judía, la misma que persiguió y mató en Europa.

«Pedro Olmo» vivió en varias casas, su nombre no aparecía en la guía telefónica, fue prácticamente un hombre sin huellas, pero su oscuro pasado lo perseguía, había sed de justicia, era uno de los criminales nazis más buscados. En agosto de 1973 se casó con la empresaria y veterinaria Geralda Baeumler, una alemana nacida en Schonebeck en 1921 que tenía pasaporte de EE.UU., a la que denunciarían por maltrato animal, tras practicar eutanasia a perros callejeros con cámaras de gas diseñadas por ella en su casa.

Los vecinos lo recuerdan como «un hombre impenetrable» y «siempre vestido de traje oscuro». «Salía muy temprano, casi siempre a pie, y volvía bastante tarde. Jamás logramos cambiar una palabra con él ni con su mujer. Recibía pocas visitas». Aunque su «nueva» vida se cimentaba sobre el engaño, el alemán tuvo algo de certidumbre al nacer sus hijos. Olmo siempre se sintió vigilado y acorralado, era su propio fantasma, uno que había escapado de la justicia por décadas y disfrutado de la impunidad a pesar de los crímenes que cometió.

El 28 de junio de 1975, en medio de la presión generada por el Centro Simon Wiesenthal, organización dedicada a perseguir y judicializar a los criminales de guerra, la directiva de Osram llamó a una reunión privada —donde sólo hablaban en alemán— al sigiloso empleado Olmo, quien admitió ser Kutschmann aunque negó las masacres que le atribuían. La compañía lo cesó de sus funciones y lo remuneró por su servicio.

«¡Kutschmann!»

Tras conocerse el paradero del fugitivo con orden de arresto en Berlín, Alemania, desde 1967, volvió a desaparecer. Sin embargo, en noviembre de 1975, un hombre misterioso contactó al periodista local Alfredo Serra para darle la ubicación del nazi prófugo pero con una condición: que le pagara un solo peso argentino y que le diera factura de la transacción.

«Lo va a encontrar en Miramar. Vive allí. Tiene un Mercedes Benz gris del año cincuenta. Es el único que hay en Miramar. Su departamento está en un edificio pegado al mar. Vaya pronto, y que tenga suerte», dijo el sujeto al periodista, quien relató el episodio en el reportaje de Gente.

Así Serra se enteró que Pedro Olmo, como se seguía identificando el alemán, había abandonado Buenos Aires junto a su familia para refugiarse en la mencionada ciudad portuaria y turística. El periodista llamó al reportero gráfico Ricardo Alfieri y viajaron al balneario en busca del evasivo nazi.

Instalados en Miramar comenzaron a indagar. Tras conversaciones con vecinos certificaron que Olmo vivía allí y que era dueño de un apartamento desde hace 15 años donde pasaba sus vacaciones con frecuencia. Contrario al relato de quienes los conocieron en Buenos Aires, en este puerto lo veían como un tipo «serio, amable y tranquilo», que se levantaba temprano, caminaba por la playa, salía de compras, se reunía con amigos alemanes y se acostaba temprano.

Poco después de las 11:00 de la mañana vieron el Mercedes gris conducido por Olmo. El hombre se bajó y mientras entraba al edificio, Alfieri lo fotografió, eran las primeras imágenes del nazi tras décadas de búsqueda. «El fantasma volvió a tener cara«, escribió Serra, quien luego descendió del taxi en el que se había ocultado para vigilar la entrada de la casa del alemán, caminó hacia él y le gritó: «¡Kutschmann!».

El hombre saltó y volteó de inmediato. «¿¡Quién es usted!? No soy ese hombre. Soy Pedro Ricardo Olmo. ¿¡Quién es usted!?», dijo el, mientras Serra se identificaba. Kutschmann reclamó que le había destruido la vida y que si publicaba su ubicación lo matarían. Ambos comenzaron una tensa conversación en la que también se involucró la esposa. El fugitivo nazi negó su participación en las masacres con cámaras de gas, admitió su identidad, dijo que solo cumplía órdenes pero se negó a dar una entrevista formal en ese momento, que sólo podría en marzo de 1976, justamente cuando se dio el golpe militar que dio inicio a la sangrienta dictadura argentina que comandó Jorge Rafael Videla hasta 1983.

«Soy un hombre muerto»

«De cualquier manera, soy un hombre muerto. Cada día que pasa espero a mis asesinos«, dijo Kutschmann, quien aseguró que las publicaciones en la prensa sobre su pasado perjudicaron también a las familias de sus hijos porque nadie les daba trabajo. Mientras tanto su esposa añadió: «Dígales a los asesinos que vengan con dos balas: una para él y otra para mí», y culpó a Wiesenthal de lo que les ocurría.

Luego que Serra publicó la noticia de Kutschmann, el gobierno argentino en manos de María Estela Martínez de Perón, revocó la ciudadanía a Olmo. En paralelo, la Policía Internacional (Interpol, por sus siglas en inglés), solicitó su arresto y las autoridades locales procedieron a buscarlo pero el hombre volvió a desaparecer.

Así, Kutschmann logró una década más de impunidad y libertad. No se supo nada de él, mucho menos durante la dictadura militar. Fue hasta noviembre de 1985, 10 años después de que Serra le gritó su nombre, cuando se informó que agentes de Interpol con una solicitud de extradición de Alemania por el delito de genocidio, habían capturado al fugitivo nazi en una finca de la localidad de Florida, provincia de Buenos Aires.

El gobierno de Raúl Alfonsín procedió a dar curso al pedido de extradición de «alias Pedro Ricardo Olmo», dice el decreto del Ejecutivo fechado en noviembre de 1985, que detalla que el criminal nazi estaba «acusado» por «homicidio cometido para encubrir otro delito» y de «haber colaborado a sabiendas y por móviles viles (odio racial) en actos de matanza de personas ejecutadas con el mismo propósito y finalidad cruel».

Cuando se esperaba que Kutschmann fuese extraditado para ser juzgado, en Argentina el poder judicial, explicó Serra, alargó el proceso mediante «una larga danza de tecnicismos y chicanas legales» que lo impidieron, tanto así, que la muerte llegó antes y el evasivo alemán, que para entonces tenía 72 años, falleció de un infarto, el 30 de agosto de 1986, en el Hospital Fernández de Buenos Aires, donde estuvo internado desde el 30 de diciembre de 1985 tras presentar «dolencias cardíacas» y tras pasar solo unos 15 días en la Penitenciaría Federal después de su captura.

La muerte de Kutschmann dejó un amargo sabor, de haber sido extraditado se habría convertido en el primer fugitivo nazi entregado por Argentina. Nunca fue juzgado y la sensación de injusticia quedó intacta. Su historia muestra lo difícil de castigar a los culpables después de un genocidio y evidencia como la huella del horror y la impunidad puede ser imborrable.

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