En el contexto económico de Uruguay, el modelo actual muestra signos de agotamiento. La deuda pública se ha incrementado a un ritmo alarmante, alcanzando más de 3.000 millones de dólares anuales, lo que no solo presiona las finanzas públicas sino que también erode la confianza de los inversores tanto locales como extranjeros.
La falta de reformas significativas hacia una economía más libre ha sido notoria durante el mandato de Luis Lacalle Pou. A pesar de la oportunidad de impulsar políticas que favorecieran la desregulación y la reducción de la intervención estatal, se ha optado por mantener un statu quo que no alienta la inversión ni la eficiencia en la asignación de recursos.
Esto ha generado un ambiente de incertidumbre, especialmente con la amenaza de la asunción del Frente Amplio (FA), cuyo historial de políticas intervencionistas podría alejar aún más a los inversores. En criollo, hay descontento con Lacalle por no hacer reformas y el miedo a que Orsi empeore todo aún mas es estremecedor.
Uno de los aspectos críticos es el colapso de esquemas Ponzi en el sector ganadero, como los casos de Conexión Ganadera y Grupo Larrarte. Estos fracasos no solo han generado pérdidas millonarias (superando los 600 millones de dólares en casos recientes) sino que también han minado la confianza en el sector, de empresas que si hacen las cosas bien y en regla pero ven su imagen perjudicada por esta crisis, mostrando cómo la falta de regulación efectiva y la transparencia puede llevar a prácticas fraudulentas.
El atraso cambiario, resultado de políticas monetarias que no responden adecuadamente a las presiones inflacionarias y competitivas, ha empeorado la situación. Esto genera un costo de vida y de producción elevado, encareciendo las exportaciones y reduciendo la competitividad de los productos uruguayos en el mercado internacional.
Los monopolios estatales, al no estar sujetos a la disciplina del mercado, contribuyen a precios altos y servicios ineficientes, lo que aumenta el costo de vida para los ciudadanos y eleva el costo de hacer negocios. A esto se suma una presión fiscal altísima que desincentiva el emprendimiento y la inversión, especialmente en un contexto donde la recaudación ha disminuido significativamente desde que Milei asumió en Argentina, motivando a muchos argentinos a regresar a su país y dejar de tributar en Uruguay.
La inversión de empresarios argentinos en tierras uruguayas se ha visto afectada por una regulación ambiental rígida, influenciada por lo que algunos perciben como un lobby ambiental marxista. Un ejemplo claro es la situación en Punta Ballena, donde las restricciones a la construcción han generado preocupación entre estos inversores.
Finalmente, el ciclo de manías, pánicos y cracs, junto con la burbuja en los activos uruguayos, sugiere que estamos entrando en una fase de deleverage. Este proceso, donde los precios de los activos caen y los inversores retiran capital, es un fenómeno bien estudiado en la teoría económica, indicando una necesidad urgente de ajuste estructural para evitar una crisis mayor.
Este panorama económico en Uruguay refleja cómo políticas que no se alinean con los principios de un mercado libre pueden llevar a una economía a su punto de quiebre, evidenciando la urgencia de reformas profundas y el retorno a principios que fomenten la libertad económica, la reducción del gasto público y una mayor apertura al mercado global.
Según datos del MEF, la deuda pública bruta del Gobierno Central al cierre de 2024 era de aproximadamente 60% del PIB, proyectándose una convergencia a 58,1% para el 2025, pero con un incremento anual significativo que supera los 3.000 millones de dólares, lo cual es consistente con el aumento mencionado en el artículo.