«Un hospital en un museo de joyas»: la resiliencia de Myanmar tras el terremoto

«Un hospital en un museo de joyas»: la resiliencia de Myanmar tras el terremoto

Nuestra coordinadora médica de emergencias Jessa Pontevedra narra nuestra primera semana de respuesta tras el seísmo de 7,7 que azotó el centro de Myanmar el 28 de marzo pasado.


20/05/2025


Jessa Pontevedra, coordinadora médica de emergencias de MSF

El viernes 28 de marzo, un terremoto de magnitud 7,7 sacudió el centro de Myanmar. El epicentro, ubicado en la ciudad de Sagaing, hizo temblar también zonas de Tailandia, Bangladesh, China y Laos. Nuestros equipos ya se encontraban en el país se movilizaron de inmediato hacia las zonas más afectadas: Sagaing, Mandalay, Naypyidaw y el sur del estado Shan. Al mismo tiempo, nuestros equipos de emergencia se preparaban para llegar cuanto antes. Jessa Pontevedra, coordinadora médica de emergencias en el sudeste asiático, fue una de las primeras en llegar. Esto fue lo que vivió en la primera semana de respuesta.

Impacto visible desde el camino

“Lo que vi en Naypyidaw me afectó profundamente como profesional de salud pública, pero lo que viví en Mandalay me tocó el alma como humanitaria”, cuenta Jessa.

El 1 de abril aterrizó en Yangon en plena madrugada. Tras una breve parada en nuestra oficina, se dirigió por carretera hacia Naypyidaw. A 100 km de la ciudad, ya podían verse grietas en la carretera: una muestra clara del alcance del desastre. Naypyidaw, la capital del país, había recibido a algunas familias desplazadas que podían permitirse pagar una habitación de hotel. Allí, el equipo de emergencia definió los objetivos inmediatos: evaluar el estado de las instalaciones sanitarias y las necesidades urgentes de la población afectada.

Una maternidad improvisada en un museo

Antes del terremoto, Naypyidaw contaba con grandes hospitales: uno general de 1.000 camas, y varios especializados (pediátrico, ortopédico, materno-infantil) de 500 camas cada uno. Todos ellos sufrieron daños estructurales, quedando parcialmente inoperativos en una ciudad de 1,1 millones de habitantes.

Uno de los casos más impresionantes de adaptación fue el de un hospital obstétrico-pediátrico. Sus pacientes, personal y parte del equipo médico fueron trasladados a un museo de joyas privado que no había sido dañado. Su propietario ofreció el espacio de forma voluntaria y solidaria.

El museo, pensado originalmente como atracción turística de lujo, se convirtió en un centro sanitario de emergencia. En sus grandes salones se instalaron camas para mujeres embarazadas. El detector de metales en la entrada hacía las veces de punto de triaje. Las consultas prenatales y posnatales se realizaban en antiguos escritorios de recepción. Ya se estaban practicando cesáreas, y tanto el personal médico como los familiares de pacientes dormían en tiendas de campaña en el patio.

“La directora del hospital nos recibió con una sonrisa, a pesar de todo. El personal, las familias… compartían el espacio, las comidas, las donaciones. Eran una comunidad entera cuidándose entre sí”.


  • Distribución de paneles de bambú, de MSF

Cifras que no cuadran

El hospital pediátrico de 500 camas fue trasladado a otro punto de la ciudad, donde funcionaba ahora como un hospital local de solo 32 camas y sin quirófano. “El número no cuadra: en medio de una catástrofe, los niños siguen enfermando, las mujeres siguen dando a luz… y pasamos de 500 a 32 camas”.

Jessa se sintió especialmente conmovida por la entrega del personal sanitario y por la respuesta comunitaria. “Como persona del sudeste asiático, esa solidaridad me resuena profundamente: la gente se une en los momentos más difíciles. Y valoran que MSF esté allí con ellos”.

Mandalay: entre ruinas y refugios improvisados

Cinco días después, Jessa dejó Naypyidaw rumbo a Mandalay por la carretera antigua. Al acercarse a la ciudad, vio cientos de refugios improvisados con plásticos: al menos 1.000 personas vivían allí. Del otro lado de la vía, los edificios estaban derrumbados. En los días siguientes, la evaluación de hospitales reveló un panorama similar: viviendas colapsadas, comunidades desorganizadas y personas vulnerables sin acceso a agua ni saneamiento.

Muchos optaban por quedarse cerca de sus hogares dañados, durmiendo en el patio o incluso dentro de estructuras inseguras. Los hospitales operaban parcialmente, atendiendo a los heridos en zonas abiertas apenas protegidas por lonas. Durante estas evaluaciones, nuestros equipos ya estaban ofreciendo consultas médicas básicas, primeros auxilios psicológicos y distribuyendo kits de higiene, en colaboración con organizaciones locales. El equipo logístico trabajaba contrarreloj para instalar letrinas y restaurar el acceso al agua en monasterios que acogían a familias desplazadas.

Solidaridad que resiste… ¿hasta cuándo?

Con la temporada de lluvias a las puertas, los retos aumentan. “Si miles de personas siguen sin hogar en áreas urbanas, con riesgo de brotes de enfermedades, responder será extremadamente difícil”.

Pese a todo, la comunidad sigue movilizándose. Jessa recuerda a una pareja que conoció mientras corría por la mañana en Naypyidaw. Él cumplía años ese día, pero no habría celebración: “También perdimos nuestra casa, pero somos un poco más afortunados. Queremos ayudar”. Ese día distribuyeron comida, agua y artículos básicos en uno de los barrios más afectados. También conoció a un médico de una zona menos golpeada que reunió a colegas para abrir una clínica gratuita, que empezó a recibir donaciones desde el extranjero.

Esa fuerza comunitaria en Myanmar es poderosa… pero me pregunto cuánto tiempo podrá sostenerse”.

Mientras tanto, nuestros equipos continúan trabajando sin descanso, evaluando nuevas necesidades y apoyando donde haga falta. La recuperación será larga, pero toda persona afectada -viva donde viva- necesita y merece acceso a asistencia humanitaria vital.

*Myanmar, 17 de abril de 2025

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