“Playing Possum”: Elegido como uno de los mejores libros del año por la prestigiosa revista The New Yorker

“Playing Possum”: Elegido como uno de los mejores libros del año por la prestigiosa revista The New Yorker

Susana Monsó es doctora en Filosofía y profesora en el Departamento de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia de la UNED. Su trabajo se centra en las habilidades socio-cognitivas de los animales y sus implicaciones éticas. Recientemente ha logrado un notable éxito internacional con su libro «La zarigüeya de Schrödinger», traducido por ella misma al inglés como «Playing Possum: How Animals Understand Death». La obra ha sido seleccionada como uno de los mejores libros del año por The New Yorker y ha recibido elogios de críticos en medios tan prestigiosos como The New York Times y The Wall Street Journal.

 

En «Playing Possum», Monsó combina la filosofía, la etología y otras ciencias empíricas para explorar la tanatología comparada, una nueva disciplina que estudia cómo los animales reaccionan ante individuos muertos o moribundos. El libro, escrito para un público general, incluye anécdotas fascinantes sobre el comportamiento animal frente a la muerte, como elefantes que coleccionan marfil y chimpancés que limpian los dientes de sus muertos:

 

Enhorabuena por el éxito de «Playing Possum» en Estados Unidos. Su libro desafía nuestra comprensión de cómo los animales entienden la muerte, un tema que invita a reflexionar sobre nuestras propias percepciones. Para comenzar, ¿Podría ilustrarnos con algún ejemplo impactante de cómo los animales perciben o reaccionan ante la muerte?

Uno de los ejemplos que considero que mejor ilustra que algunos animales pueden entender la muerte es el de un bebé chimpancé que nació con albinismo. Cuando la madre, que se había aislado para dar a luz, volvió al grupo, el resto de chimpancés reaccionó ante el bebé como si de un gran peligro se tratase, emitiendo el tipo de llamadas de alarma que utilizan para depredadores o humanos desconocidos. Poco después, el macho alfa agarró al bebé y entre varios lo mataron. En ese momento, el comportamiento de los chimpancés cambió de forma radical. Rodearon el cuerpecito y comenzaron a investigarlo con gran curiosidad. Esto demuestra que los chimpancés sabían que en ese momento el bebé ya no suponía ningún peligro, y en esto consiste entender la muerte de forma mínima: comprender que quien ha muerto no puede ya hacer lo que podía hacer cuando estaba vivo y que esto es un estado irreversible.

 

 



Susana Monsó
Susana Monsó. Fotografía Gianfranco Tripodo

 

Usted critica la concepción jerárquica de la mente, que sitúa a los humanos en la cima de la escala cognitiva. ¿Podría explicar con más detalle por qué considera esta concepción problemática? ¿Qué alternativas propone la filosofía?

La idea de una escala cognitiva donde se sitúen distintas especies choca frontalmente contra la teoría de la evolución. Los animales no son más o menos inteligentes en función de lo que se parecen a nosotros, sino que cada especie está adaptada a su nicho ecológico y tiene las capacidades que necesita para sobrevivir, que en algunos casos son más complejas que las nuestras. Por ejemplo, muchas especies pueden detectar campos electromagnéticos, que para nosotros pasan desapercibidos, y utilizarlos para orientarse en sus migraciones. Hay especies de pájaro que pueden recordar miles de lugares donde escondieron semillas. Los perros pueden detectar el cáncer con el olfato. La filosofía nos ayuda, entre otras cosas, a examinar la práctica científica para descubrir posibles sesgos antropocéntricos que puedan estar distorsionando la investigación.

 

Su libro explora la rica vida interior de algunos animales ¿Qué ejemplos específicos de estos animales utiliza usted para ilustrar la diversidad de las mentes animales?

Hay especies que reaccionan ante la muerte de maneras que nos son familiares o al menos que nos resulta fácil otorgarles sentido. Por ejemplo, las madres de muchas especies de mamífero cargan con sus crías muertas durante largos períodos de tiempo. En mi libro hablo del caso de Tahlequah, una orca que acarreó con el cadáver de su bebé durante 17 días y a lo largo de más de mil kilómetros mientras viajaba con su familia. Recientemente en la prensa española se ha visto el caso de Natalia, una chimpancé del Bioparc de Valencia que se mantuvo aferrada al cuerpo de su bebé durante 7 largos meses. Estos casos nos resultan fácilmente identificables como muestras de duelo por parte de estos animales. Pero hay otros casos de los que nos cuesta más dar cuenta. Por ejemplo, muchos perros se comen a sus cuidadores si estos mueren en su presencia, aun teniendo acceso a otras fuentes de comida. En mi libro defiendo que, aunque nos resulte contraintuitivo, este comportamiento puede ser también una muestra de duelo.

 

Su investigación revela capacidades sorprendentes en diversas especies, lo que nos lleva a reconsiderar nuestras ideas sobre la cognición animal. En este contexto, ¿Cómo cree que su trabajo en filosofía de la mente animal puede influir en los debates sobre el trato ético a los animales?

Los debates en ética animal tienen una conexión directa con los debates acerca de la mente de los animales. Hay determinadas capacidades psicológicas que se considera que otorgan un estatus moral, como puede ser la sintiencia o capacidad de sentir dolor y placer. Al mismo tiempo, para saber qué trato específico merece un animal o cómo le podemos perjudicar o beneficiar, hemos de conocer las capacidades psicológicas de la especie. Como defiende Martha Nussbaum, a mayor complejidad psicológica, mayor es el número de formas en las que podemos dañar a un animal. Por tanto, conocer la mente de los animales es fundamental si queremos garantizar un trato ético.