Logroño contaba con al menos 118 mujeres que ejercían inscritas en el registro de inspección existente en el siglo XIX en la ciudad, en la que había una docena de mancebías, la mayoría de ellas situadas en el barrio de La Villanueva, una de las zonas más pobres de la ciudad.
Estos son algunos de los datos aportados por Javier Zúñiga Crespo y Marina Segovia Vara en su trabajo “La mujer lleva en su ignorancia el germen de su perdición”. Prostitución pública e higienismo en Logroño durante el siglo XIX publicado por la revista El futuro del pasado, publicada por la Universidad de Salamanca, con nivel de impacto Q1 de la FECYT.
El artículo –cuyo título cita la memoria que en 1890 presentó el médico higienista Donato Fernández al Servicio de Higiene Especial en el Hospital Civil de Logroño[1]– busca profundizar en las normas impuestas por las autoridades para el control del espacio público, donde las mancebías fueron expulsadas a la periferia de la ciudad, así como en la recepción de los discursos higiénicos para reducir el contagio de enfermedades venéreas.
El memorial de Donato Fernández, influido por el conservadurismo católico, era coherente con la doble moral decimonónica que, por un lado, contemplaba con lástima a las prostitutas, a las que consideraban víctimas de unas circunstancias externas fatales e ineludibles; por otro, manifestaba repugnancia ante el comercio carnal; pero que defendía la maternidad como destino biológico ineludible para la mujer, al mismo tiempo que justificaban el acceso a los cuerpos de las «mujeres públicas» o «caídas».
En definitiva, la moral de la época justificaba la regulación por cuanto las mancebías eran vistas como una vía de escape para hombres de toda clase social y condición, como una forma de “domesticar la violencia urbana evitando los excesos sexuales en el espacio público y garantizando la tranquilidad familiar”.
En España, la publicación en 1847 del Reglamento para la represión de los excesos de la prostitución en Madrid puso fin al paréntesis abolicionista iniciado con las políticas de Felipe IV y en 1889 se promulgó el Reglamento de Higiene.
La docena de mancebías que había en Logroño en el siglo XIX se encontraba cerca del cuartel de caballería y el correccional, “fuentes de clientela habitual»
La aparición de los reglamentos y la obligatoriedad de inscribirse como prostitutas, portar una cartilla y someterse a una inspección médica semanal señalaron a estas mujeres en el seno de sus comunidades y dificultaron el abandono de la prostitución; cuando anteriormente pudo ser una vía de acceso ocasional recursos económicos por parte de las mujeres de clase obrera en época de carestía económica.
Esta reglamentación confirió peso a la figura del ama o madre de mancebía, al aumentar su autoridad y dividió los tipos de mancebías entre casas públicas, acogían a pupilas internas; y casa de citas o clandestinas, en las que el personal era eventual, no pernoctaba necesariamente en el burdel y no tenía un domicilio de carácter permanente.
Logroño contaba con una docena de mancebías públicas o registradas. La mayor parte se concentraban en el barrio de La Villanueva, una de las zonas más pobres de la ciudad, por cuanto los alquileres eran bajos y las quejas vecinales adquirían menor importancia para las autoridades.
Además, se encontraban cerca del cuartel de caballería y el correccional, “fuentes de clientela habitual. La estrechez de sus calles —la calle del Ochavo, entre calle Baños y Hornos, sigue siendo actualmente la más estrecha de la ciudad— colaboraba a la hora de restar visibilidad al negocio”, afirman los autores.
ANALFABETISMO Y PROSTITUCIÓN
Donato Fernández anotó 118 mujeres que ejercían la prostitución inscritas en el registro en dos grupos, de las cuales 80 se dedicaban al comercio carnal por su situación económica; mientras que las 38 restantes responden al patrón de mujer caída según los preceptos de la época, “víctimas del engaño, la miseria y la ignorancia”.
Del total de 118, solo 18 sabían leer y escribir; el resto eran analfabetas. No obstante, estas cifras incluyen solo a las mujeres registradas, quedando fuera quienes ejercían esta actividad a espaldas de las autoridades. Logroño contaba entonces con 15.567 habitantes.
Aquellas que estaban registradas tuvieron que enfrentarse, por un lado, a un “entorno violento y hostil que las llevó a aceptar situaciones abusivas a cambio de protección” y, por el otro, al férreo control del Negociado de Higiene, formado por un oficial encargado del trabajo administrativo, un médico higienista, un inspector de higiene y los oficiales que fuesen necesarios. Los sueldos y gastos se sufragaban a través de las tasas de mancebía.
Sobre el perfil de las mujeres que ejercían la prostitución, un 59 % tenían de 20 a 30 años, aunque destaca que hubo hasta un 38 % de chicas jóvenes, incluso menores de edad (15-20 años) y solo un 3 % mayores de 30 años. La esperanza de vida a finales del s. XIX era de 35 años.
De esas 118 mujeres registradas, el 91 % lo hicieron como solteras, frente a un 6 % de casadas y un 3 % de viudas. Solo un 27,2 % eran naturales de Logroño, ya que solía ser habitual que estas mujeres se trasladasen a poblaciones alejadas a fin de pasar desapercibidas. La mayoría procedía de Madrid, Zaragoza, Bilbao, Pamplona y Burgos.
La normativa dirigía numerosas medidas coercitivas hacia las mujeres que ejercían la prostitución, pero garantizaba la discreción del cliente masculino que, enfermo o sano, no estaba obligado a someterse a ningún tipo de reconocimiento médico.
AGRESIONES, ASESINATOS Y ABSOLUCIONES
El estudio de Javier Zúñiga Crespo y Marina Segovia Vara se completa con varias referencias a noticias de casos, la mayoría de ellos agresiones masculinas contra las mujeres de las mancebías, bien las amas o pupilas.
En la calle del Horno se perpetraron dos asesinatos. En 1897, el de Jenara López Santamaría a manos de Santiago Robles, tras una riña con ella y su discípula; si bien el juicio se saldó con su absolución. En 1902, el de Juliana López Hernández, muerta a manos de Pedro Íñigo Moreno en la mancebía que regentaba Vicenta Tobías, alias La Garbancera.
Hay casos también de agresiones entre hombres –como el asesinato en 1893 de Emilio Luis González a manos de Manuel Larrauri Martínez en la calle Los Baños– y entre mujeres, como la agresión de Jenara López a su ama en 1897, cinco años antes de morir asesinada.
No obstante, el hecho de que las mujeres que ejercían la prostitución procedieran en muchos casos de otras provincias, estuvieran alejadas de sus poblaciones de origen y carecieran de protección familiar, propició que generasen sus propias redes de afectos y solidaridad entre ellas.
MEMORIAL DEL MÉDICO DONATO FERNÁNDEZ REFERENTE AL SERVICIO DE HIGIENE EN 1889
[1] «No somos partidarios de hacer a la mujer médico, abogado o ingeniero, nos parecen ridículos esos títulos con faldas, pero aún con eso nunca será sobrado ilustrada la mujer para cumplir la altísima misión que está reservada, llamada a convertir en templo el hogar, y en altar la cuna. La mujer lleva en su ignorancia el germen de su perdición, y si no veamos las siguientes cifras».