Las fiestas de la lectura, de Nueva York al mundo

Diez años después, en Nueva York se han vuelto a poner de moda las fiestas de la lectura, unos encuentros para leer en silencio y en compañía de otros lectores. Reading Rhythms las organiza desde 2023, y desde entonces la experiencia se ha repetido más de un centenar de veces, animando cada vez a más gente. La fiesta de la lectura más multitudinaria ha reunido a 2.000 personas repartidas por la ciudad de Nueva York, y este mes de diciembre las hay previstas en Los Angeles, Londres y Roma. Y ya podemos constatar que esta iniciativa literaria también ha llegado a nuestro país.

Madrid y Barcelona han organizado citas colectivas para leer, como es el caso del After lector, en la capital española, o varias sesiones de lectura compartida en la ciudad condal. También se le han sumado Girona y Olot, con el Festival de Literatura MOT. Pero ¿cuáles son las claves del éxito de este tipo de encuentros literarios?

Para Alba Colombo, profesora de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), «la experiencia de poder compartir el tiempo de lectura entre iguales» es lo que las hace especiales y exitosas. Para la experta en gestión cultural de la UOC, «el hecho de estar en comunidad, compartiendo un espacio, con personas que hacen una misma actividad, que en este caso es leer, es el valor añadido e intangible que comportan este tipo de eventos».

Pero este factor no es el único, según Colombo, que hace que las fiestas de la lectura hayan traspasado fronteras y se conviertan en una tendencia global. «Estos acontecimientos generan mucha comunicación, porque la gente habla de ellos», comenta. Las fiestas de la lectura generan, por lo tanto, un «impacto de difusión enorme en el sector literario y editorial«, concluye Colombo.

 

¿Por qué leemos?

Como defiende Narcís Figueras, profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC y experto en cultura catalana contemporánea y patrimonialización literaria, «la literatura es un gran factor de distracción, pero también de consuelo ante situaciones personales y afectaciones anímicas o emocionales. Enseña a conocer el mundo, las relaciones humanas, la vida interior, las relaciones de poder y de exclusión…». Por eso, el experto defiende la necesidad de empezar pronto. «La lectura es un elemento clave de la formación de los niños, adolescentes y jóvenes para que puedan tener un acceso lleno a la cultura, a su desarrollo personal, una comprensión crítica del mundo y un buen dominio de la escritura», indica.

Los motivos pueden ser abundantes y razonables. Por lo tanto, parece lógico que una buena parte de los incentivos a la lectura vayan dirigidos hacia los entornos en los que los jóvenes coinciden con libros: la escuela y las bibliotecas. «Es trabajo de la familia, de la escuela y de las instituciones públicas, a través de los equipamientos culturales», opina el profesor Figueras, que también es consciente de los escollos de los cánones institucionales: «Las lecturas por obligación en el sistema escolar tienen mala prensa como estímulo. Creo que hay que ofrecer espacios de lectura silenciosa en las aulas, como se tiende hoy en las aulas de primaria, pero dejando mucha libertad de elección de títulos, y combinarlo en secundaria y bachillerato con la propuesta u obligación de abordar algunas obras clásicas que hay que conocer, obras patrimoniales».

 

Dudas y desigualdades

Pero no todas las políticas de promoción de la lectura son iguales ni se enfocan del mismo modo para colectivos con necesidades, orígenes y entornos distintos. Para Nicolás Barbieri, profesor agregado de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC y experto en gestión cultural, «es muy importante pensar cómo se dirigen estas acciones a las personas y comunidades, porque a veces el efecto que generan es la estigmatización y el alejamiento de la lectura. Hay desigualdades en el acceso a la lectura y en las condiciones de este acceso».

Si observamos, por ejemplo, los datos de la Encuesta de derechos culturales de Barcelona 2022, que investigaba los efectos de la lectura durante la pandemia, podemos ver que el cierre de bibliotecas tuvo un impacto muy superior en barrios de renta muy baja (el 21,9 % le daban una alta puntuación, ante el 6,9 % en los barrios de renta muy alta) y entre personas de procedencia extracomunitaria (cerca del 21 %, respecto al 13,3 % de las de origen europeo). También ligeramente más alto entre mujeres (15,9 %) que entre hombres (13,2 %).

 

Cuando la lectura es una fiesta

La comprensión lectora sigue bajando entre los más jóvenes, particularmente los que empezaban primaria durante la pandemia. Llorenç Andreu Barrachina, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC e investigador de los trastornos del lenguaje, cree que el efecto de la distanciación social es incluso más grave y que los niños que tenían un año después del confinamiento ya habían desarrollado un lenguaje atrasado: «En muchos hogares, las horas que se dedicarían a la lectura se están dedicando a usar el móvil. Leer requiere un esfuerzo cognitivo; en cambio, puedes pasarte dos horas en Instagram sin darte ni cuenta».

«Creo que es una responsabilidad colectiva«, resume Barbieri, «entendiendo que los poderes públicos (gobiernos, centros culturales, centros educativos, etc.) tienen un grado de responsabilidad más importante todavía. Pero también creo que, desde el punto de vista comunitario y colectivo, podemos hacerlo».

Por lo tanto, volviendo a medidas de alcance vertical como las fiestas de la lectura de Nueva York, que reivindican el ejercicio como un acontecimiento social y físico, «ofrecer espacios libres de pantallas creo que siempre será bueno«, sugiere Figueras. «Como contrapropuesta de lo que es la costumbre dominante, creo que puede tener atractivo y hay que aprovecharlo», concluye.