El evento no solo fue una carrera o una marcha; fue un símbolo. Fue una oportunidad para que cada paso dado en el recorrido representara un grito de esperanza, una muestra de apoyo a las víctimas y un rechazo frontal a cualquier forma de violencia. El recorrido, cuidadosamente trazado para ser accesible a todas las edades y niveles de forma física, invitaba a disfrutar del entorno natural de Cerceda mientras se contribuía a una causa noble. Hubo quienes optaron por la modalidad de carrera, demostrando su energía y espíritu deportivo, mientras que la gran mayoría prefirió la marcha, permitiendo un ritmo más pausado que facilitaba la conversación, el compañerismo y la reflexión.
Se observaban sonrisas, gestos de ánimo y un espíritu de camaradería que hacía que cada kilómetro fuera más llevadero. Pequeños y mayores, hombres y mujeres, todos formaron parte de esta marea violeta que inundó nuestras calles y caminos. El evento fue un recordatorio palpable de que la lucha contra la violencia de género es una tarea de todos, una responsabilidad compartida que nos une como comunidad. No se trataba solo de llegar a la meta, sino del significado de cada paso en el camino hacia una sociedad más justa e igualitaria.