Vivimos
más años y lo hacemos en mejores condiciones que las generaciones anteriores,
pero uno de los grandes desafíos es dotar de sentido ese tiempo. La vejez
ya no es solo una etapa de descanso, sino también una oportunidad para el desarrollo
personal y la contribución al bien común. Javier Yanguas, psicólogo,
gerontólogo y director científico del programa de Personas
Mayores de la Fundación ”la Caixa”, reflexiona sobre el envejecimiento como
un proceso lleno de posibilidades y retos.
¿Cómo ha cambiado en
las últimas décadas el grupo de lo que entendemos por personas mayores?
Es un grupo cada
vez más heterogéneo y diverso. No hay una única vejez, sino vejeces diferentes.
Hablar de personas mayores en la actualidad es hablar de etapas distintas en
esto que llamamos vejez. No se puede meter en un mismo saco 30 años de
vida como si todo lo que ocurre entre los 65 y los 95 fuera lo mismo. Si
tenemos muy claro que entre los 0 y los 30 años pasan muchas cosas, debemos
saber que otras muy distintas pasan entre los 65 y los 95.
¿Llegamos hoy a la
vejez en las mismas condiciones que nuestros abuelos?

A la misma edad,
hoy somos más jóvenes. Tanto en el aspecto cognitivo como en el físico y en el social,
la literatura científica lo confirma. Un estudio de Wilson de la Universidad de
Chicago de hace ya unos años señalaba, por ejemplo, que los 70 de ahora son los
62 de hace 30 años en términos cognitivos. Y esto es una buenísima noticia. Hemos
ganado vida y cada vez está más claro que la referencia de los 65 ya no es
válida para marcar la vejez. De hecho, distintos artículos científicos han
propuesto diversos umbrales de entrada en la vejez. Uno simple es que
entraríamos en lo que llamamos vejez 15 años antes de la esperanza de
vida de cada generación. Por otro lado, la Sociedad Gerontológica de Japón propuso
en 2017 elevar el umbral a los 75.
¿La gran
pregunta actualmente no es cómo vivir más años, sino cómo vivirlos con plenitud?
Vivir más años es
una oportunidad, pero también es un reto. Hace 50 años, la vejez era la parte final
de la vida y tenía poco valor: la gente dejaba de trabajar y llegaba en
condiciones de salud muy limitadas. Ahora, uno de los retos, cuando en términos
económicos y de salud estamos bien, es llenar de sentido y de proyectos esos 30
años de vida. Tenemos la oportunidad de vivir el doble de tiempo que nuestros
abuelos o bisabuelos y yo siento que tenemos la obligación moral, personal y
ética de buscar una vida buena, una vida con sentido y propósito.
¿Pero qué significa
exactamente esto de vivir con sentido?
El
filósofo Francesc Torralba suele hablar de «llegar a ser lo que estamos
llamados a ser». Nos hemos creído que la
vida buena es el disfrute, el descanso, la falta de responsabilidad; esa mirada
hedonista de Epicuro en la filosofía. Pero hay otra mirada, que a mí me parece
más atractiva, que tiene que ver con la eudaimonía,
con Aristóteles, con pensar que una buena vida y, por lo tanto, una buena vejez
está asociada al desarrollo personal, a la autonomía, a la contribución a los demás
y a la sociedad; en definitiva, enlazar nuestro bienestar y nuestra felicidad
con la de los otros.
No estoy para nada
en contra del disfrute ni del descanso, pero creo que tener una vida buena
exige implicarte, comprometerte. No hay nada bueno sin esfuerzo. Igual que las buenas
relaciones exigen compromiso y perseverancia, una buena vejez también exige que
nos impliquemos en lograr una vida buena. Tenemos que dar a nuestra vejez
dirección, orientación; debemos buscar una vida acorde con nuestros valores,
que nos permita desarrollarnos, siendo también conscientes de la
vulnerabilidad, de la enfermedad, de que la vejez es el final de la vida y de
que siempre, siempre estamos —como decía Albert Einstein— para los demás.
¿El futuro de
nuestra sociedad recae entonces también en los jubilados?
Claro, jubilarse de
la actividad laboral no significa jubilarse de la vida. Hoy día en España hay
un 20% de personas mayores aproximadamente. Si le sumas las generaciones del baby
boom —que son unos 14 millones de personas—, dentro de poco, grosso modo,
4 de cada 10 personas van a ser mayores de 50. Sociedades envejecidas como la
nuestra no pueden salir adelante sin que las personas mayores entendamos que
hay que colaborar y aportar al bien común. Las sociedades que sean capaces de
conectar a las personas mayores con los retos de la sociedad, impulsar el
talento sénior y ofrecerles oportunidades de participación van a tener muchas
más ventajas.



Hay que recuperar la idea del legado, esa mirada intergeneracional. Yo vengo del País Vasco y me acuerdo de que, de crío, un día vi a mi abuelo plantar un manzano y le pregunté: «¿Para qué lo plantas?».Y él me dijo: «Para ti, para tus hermanos». Él nunca vio cómo daban frutos esos manzanos; plantaba para las generaciones que venían.
¿Aumentar las conexiones intergeneracionales podría cambiar la mirada de la sociedad respecto a la vejez?
A veces pensamos que lo intergeneracional es
que personas mayores y jóvenes se tomen un café, pero tenemos que ir más allá.
La evidencia científica dice que cada vez hay una mayor lejanía entre
generaciones porque hay menos convivencia, menos «roce». Las familias han
cambiado, pero también han cambiado las relaciones en general, que ahora son
más frágiles. Zygmunt Bauman pone el ejemplo del café
instantáneo: le echas agua caliente, un sobrecito, azúcar, lo revuelves y te lo
tomas. Pero eso es un sucedáneo, el café de verdad, decía Bauman, es otra cosa.
Y las relaciones también son otra cosa.
Para rearmar esa
cercanía entre generaciones necesitamos lugares de encuentro y colaboración.
Pero no hay que rearmarla desde el buenismo, sino desde la cooperación y el
reconocimiento mutuo de nuestras capacidades y vulnerabilidades.
¿Sigue siendo la
vejez una época de pérdidas?
Es cierto que es una
época en la que hay vulnerabilidad. Tenemos que aprender a vivir con piedras en
los zapatos, piedras con las que tenemos que convivir, simbólicamente, porque
no podemos descalzarnos y quitárnoslas. Envejecer implica adaptación y
renuncias, y a veces esto es muy difícil. Hay pérdidas de roles (la transición
a la jubilación), pero también pérdidas de personas o de lo que en un momento
determinado sustentaba nuestro proyecto vital.
Recuerdo a una
mujer de ochenta y muchos años que entró en el programa Siempre Acompañados de la Fundación ”la Caixa”. Había perdido
a su marido y llevaban casados desde los 20. Esa mujer tenía
hijos que la arropaban, pero ¿quién
puede llenar 60 años de relación? Es una pérdida insustituible que afecta a tu proyecto
de vida, a tu existencia, a tus porqués. En cualquier caso, a pesar de las
pérdidas, de nuestra vulnerabilidad ontológica, necesitamos apostar por la vida
y por vivir. Con apoyos, con acompañamiento es posible vivir con piedras en los
zapatos.

¿Y cómo se cura esa
soledad?
La soledad no se
cura porque no es una enfermedad, es algo propio del ser humano con lo que
tenemos que aprender a vivir. La soledad es una experiencia muy compleja y la
compañía no lo soluciona todo. Algunas veces nos faltan personas, pero otras, nuestra
soledad tiene más que ver con sentimientos de vacío o abandono, o con la
pérdida del sentido de la vida. Yo creo que la soledad tiene que ver con la
condición humana. Tenemos que aprender a afrontarla y gestionarla porque es
parte de nuestro existir. Además, la soledad muchas veces recoge una suma de
vulnerabilidades: pérdidas a las que se añade la pobreza, una vida limitada en
territorios complejos, etc. Por eso, el programa de Personas Mayores de la
Fundación ”la Caixa” trabaja con las personas individualmente, pero también con
el entorno comunitario, con el territorio, además de buscar concienciar a la
sociedad. Un problema complejo demanda enfoques capaces de intervenir teniendo
en cuenta dicha complejidad.
¿Es nuestro miedo a hacernos mayores lo que
nos hace tener conductas edadistas?
La filósofa Simone de
Beauvoir decía, en el prólogo de La vejez, que nos negamos a
reconocernos en el viejo que seremos. Pero, salvo excepciones, ahí vamos a
llegar todos, así que hay que mirar a la vejez de frente.
En el programa de
Personas Mayores de la Fundación ”la Caixa” intentamos aportar un nuevo modelo de
entender la vejez, desde la heterogeneidad y la diversidad, con una mirada
personalizada, y también desde la ética, la dignidad y la autonomía de las
personas. Creemos en las
capacidades de las personas mayores. Las acompañamos, pero a la vez confiamos
en ellas. Queremos que pasen de ser sujetos pasivos a sujetos activos de su
propia historia. Entendemos que a las personas mayores hay tratarlas como
adultos que son. Apoyarlas, pero mirándolas a la altura de los ojos y
pidiéndoles que también se comprometan, que pongan de su parte en la
construcción de la sociedad del futuro.