Un consorcio internacional coordinado por la Universidad de Córdoba trabaja en los desiertos y bosques amazónicos la zona norte de Perú y Brasil, que se entrecruzan en un punto de baja elevación en los Andes, el Valle del Marañón, que tiene uno de los mayores índices de biodiversidad del planeta.
La iniciativa forma parte del proyecto Bestrops, donde siete entidades –de Perú, Brasil, Alemania y España– están investigando los cambios en la biodiversidad y en los servicios que ofrece el ecosistema, para promover una distribución justa de recursos y preservar el capital natural en comunidades rurales de bosques tropicales.
Esta zona es de gran interés para la estudiar el impacto de El Niño, un fenómeno climático natural que tiene repercusiones globales y puede provocar grandes sequías e inundaciones.
El clima de la costa oeste de Sudamérica está regulado por la corriente de Humboldt, que mantiene la temperatura del mar fría y forma desiertos donde apenas llueve. Sin embargo, cada 5 o 7 años, se produce el fenómeno de El Niño, que debilita la corriente de Humboldt devolviendo el clima tropical a la zona y generando periodos de lluvias intensas.
“Aquí estamos en el punto terrestre de mayor impacto del fenómeno de El Niño”, explica le doctore Pablo Salazar Zarzosa, que lidera el proyecto desde la Universidad de Córdoba. “El desierto de Chura, con precipitaciones entre 50 y 150 milímetros anuales”, pone como ejemplo, “durante El Niño pasa a 4.000 milímetros”.
Las consecuencias de este fenómeno son devastadoras para la población local. Las lluvias desbordan ríos y producen corrimientos de tierra (“Huaycos”) que pueden avanzar kilómetros arrasando pueblos pequeños. Las ciudades más grandes intentan prepararse, pero sus infraestructuras no son capaces de sostener un cambio tan brusco.
“No hay sistema de drenaje en el mundo que soporte 4.000 milímetros en 4 meses”, señala Salazar. Además, “no sería nada rentable”, aclara, “se estancaría y se llenaría de basura y arena porque no son las lluvias habituales en el desierto”.
Al ser un evento global, el fenómeno también afecta a otras zonas como la Amazonía de Colombia, Perú, Bolivia y Brasil, que normalmente tendrían precipitaciones regulares y durante El Niño sufren sequías.
Esto tiene un impacto muy grande sobre las comunidades rurales e indígenas de la zona, que dependen del agua para la agricultura y pueden quedar aisladas si los ríos dejan de ser navegables. “Teníamos que cruzar el río Amazonas en lancha” rememora Salazar, “y el río estaba en los mínimos históricos en 20 años. Apenas podían cruzar los barcos”.
Para medir los cambios que genera El Niño, un fenómeno que podría estar empeorando por el cambio climático, el personal investigador ha tomado muestras de suelo y de plantas representativas del ecosistema, para analizarlas con modelos climáticos y generar predicciones a futuro.
Además, en el muestreo han participado las comunidades locales, que también han contribuido a analizar los servicios ecosistémicos de la zona, es decir, los productos y servicios que la naturaleza proporciona a la población. Algo que también se está tratando de cuantificar como parte del proyecto, y que puede ser difícil de medir.
La cuantificación económica del ecosistema corre el riesgo de construir desigualdades sobre aquellos que no poseen el capital e incrementar la vulnerabilidad de las comunidades indígenas que viven y protegen los bosques. “Preguntas como: Si no pudieses coger el agua del río, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar para tener agua para tu familia?, pueden ser muy peligrosas”, afirma Salazar. “Otorgarle un valor económico a un bien esencial permite que otros puedan cobrar ese valor si desean explotarlo”.
Por eso, le investigadore cree que se debe hacer una valoración económica, pero sólo hasta cierto punto. “La percepción del dinero cambia según las necesidades humanas y los círculos donde tú muevas”, explica Salazar, que pone como ejemplo las ciudades que tienen agua limpia gracias a que las comunidades indígenas no talan el bosque.
El proyecto también podría tener gran valor para el estudio de la biodiversidad, ya que podría ayudar a resolver el gran debate en ecología de comunidades. Es decir, si la teoría estocástica es cierta y las especies se organizan de manera aleatoria como en la selva amazónica, o si la teoría de nicho tiene razón y se organizan según su capacidad adaptativa como en el desierto. “La solución está en el valle del Marañón, donde coexisten ambos ecosistemas”, afirma Salazar.
La iniciativa, que busca formar lazos de cooperación entre entidades de Latinoamérica y Europa, ha contado con el apoyo de instituciones gubernamentales peruanas como SERFOR, SENASA y SERNANP para impulsar los esfuerzos locales para preservar la biodiversidad, construir herramientas de política pública y revelar la unión entre el ecosistema y las necesidades humanas en un mundo cambiante.
Este reportaje se incluye dentro de las actividades realizadas en el proyecto “Desarrollo de redes de asesoramiento y gestión de proyectos europeos I+D+i en la UCO” con acrónimo “DevelOPE», en el marco de la ayuda GPE2023-001243-P financiada por MICIU/AEI/10.13039/50110001103