Francisco Álvarez Gil y Laura Padrón Brito examinan cómo funciona el fenómeno de los “dogwhistles” o “silbatos para perros”
Francisco Álvarez Gil, profesor de Filología Inglesa, y Laura Padrón Brito, investigadora en Lingüística, son los autores del artículo “Cuidado con la trampa del silbato para perros: así se usan mensajes codificados en política”, que publica la plataforma de divulgación The Conversation.
En este texto, los investigadores analizan una herramienta “poderosa y discreta” de comunicación política, el conocido como “dogwhistle” o “silbato para perros”, un término que debe su nombre al hecho de que, igual que “en su sentido literal describe sonidos audibles solo para ciertos animales”, en comunicación política ha sido adaptado para describir mensajes que “aunque están disfrazados bajo una apariencia inofensiva o neutral, contienen significados ocultos que son reconocibles únicamente por una parte del público, conocedora de ciertos contextos o ideologías”. Por ello, estos mensajes tienen capacidad para “influir en la opinión pública sin generar polémica abierta”.
El uso de esta herramienta no es inocente, pues “también tiene profundas implicaciones para la cohesión social y la democracia”; los silbatos para perros “explotan prejuicios latentes dentro de la sociedad, activando sesgos implícitos en determinados grupos del público receptor sin necesidad de pronunciar discursos abiertamente discriminatorios”, de manera que el político tenga siempre una coartada para negar haber promovido cualquier valor antidemocrático.
Esta estrategia, advierten los autores, favorece la atomización de la información y refleja cómo discursos políticos fragmentados “contribuyen a la construcción de una opinión pública basada en la desinformación, lo que, en consecuencia, impide la creación de un entendimiento común de los problemas políticos, esencial para un debate democrático saludable”.
La ambigüedad inherente al dogwhistle convierte al mensaje en una forma de manipulación “ya que permite a los políticos obtener apoyo sin exponer abiertamente sus posturas más controvertidas. Esto pone en riesgo la transparencia de los procesos democráticos”. No siempre se usan como parte de un discurso de odio o discriminación; en ciertos casos, su objetivo principal es “señalar una posición con respecto a una ideología o un conjunto de valores particulares, evitando al mismo tiempo provocar rechazo en otra parte del electorado”. Los autores citan el uso del emoticono de la sandía para expresar apoyo a la causa palestina al evocar los colores de su bandera.
Para los investigadores que firman el artículo, un aspecto preocupante de esta práctica es “su capacidad para normalizar ideologías extremas, pues facilita la introducción de ideas antidemocráticas sin enfrentar un rechazo inmediato”, entrando en un bucle de legitimación mutua entre los políticos y determinados grupos de la sociedad y que en su fase final convierte estas ideas sutiles en explícitas. Por ello, entienden que “el uso de dogwhistles en la política plantea serias amenazas para la calidad del debate democrático. Al ocultar intenciones divisivas detrás de mensajes aparentemente neutros, los políticos socavan la deliberación pública genuina y entorpecen la transparencia”.
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