“Fontilles fue una ciudad escondida, que siempre necesitó ser mostrada”. Esa es la idea que inspira la exposición ‘Fontilles la ciudad escondida’, organizada por la Universitat de València y que se inaugurará este jueves, día 19 de diciembre, a las 18 horas, en el Palau de Cerveró de la UV (Sala José Puche). La exposición ‘Fontilles’ abre las puertas de esta ciudad oculta e invita a recorrerla y conocerla a través de una selección de objetos, imágenes, documentos, sonidos y voces que conforman la historia de quienes vivieron y cuidaron a las personas que allí residían.
La exposición está comisariada por los profesores de Historia de la Ciencia de la Universidad de Alicante Antonio García Belmar e Inés Antón Dayas, y la profesora de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández Imma Mengual, y reafirma el compromiso de tres universidades públicas valencianas, las de Alicante y la Universitat de València, para dar a conocer la historia de Fontilles, a través de “una experiencia totalmente inmersiva”, según destaca el equipo de comisarios, ya que rescata los objetos y voces de los que formaron parte de esta ciudad. Un lugar que vivió en una constante contradicción: “Había sido construida para ser invisible, porque fue el destino para las personas que padecían la enfermedad de la lepra, pero a la vez necesitó ser mostrada permanentemente para recabar los apoyos económicos y políticos, públicos y privados, necesarios para que Fontilles pudiera nacer, crecer y mantener su actividad durante más de cien años, sobreviviendo a una guerra, dos monarquías, dos dictaduras y una república”.
En los albores del siglo XX, las poblaciones que se sucedían a lo largo de La Vall de Laguar, en la Marina Alta alicantina, vieron aparecer, no sin recelos, los primeros edificios de una nueva localidad que acabó tomando el nombre del valle donde se ubicó. Escondida entre las montañas y muy pronto rodeada de una alta y gruesa muralla, esta nueva población ubicada en el valle de Fontilles creció hasta convertirse en una pequeña ciudad. Durante un siglo largo, más de 2.000 personas vivieron en Fontilles. Allí trabajaron y se divirtieron, cuidaron y fueron cuidadas. Como en otros muchos pueblos, sí, pero unidas en este caso por un secreto común: la enfermedad de la lepra, que las hizo diferentes a todas las demás.
La exposición ‘Fontilles’ invita a conocer un patrimonio material e inmaterial que ha sido recuperado y preservado gracias a la colaboración desde hace más de ocho años entre la Universidad de Alicante y la Fundación Fontilles, y el apoyo económico aportado por la Sasakawa Health Foundation, siendo ahora accesible a través del portal ‘Fontilles y la lepra en España’ de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y consultable en la sede del Archivo de la Diputación de Alicante. La exposición, que podrá visitarse hasta el 22 de junio, se complementa de un cuidado catálogo sobre la ciudad escondida de Fontilles, el espacio de las personas sanas y enfermas y la ciudad en la actualidad.
Fontilles: la arquitectura para un aislamiento en la Marina Alta
A finales del siglo XIX, la lepra era una enfermedad endémica en muchos pueblos de la Marina Alta alicantina. Allí fue donde el jesuita Carlos Ferris Vila y el abogado Joaquín Ballester Lloret decidieron, en los primeros años del siglo XX, promover la creación de un lugar donde cobijar a las personas afectadas por la lepra, procedentes de esta y otras comarcas cercanas. A ellas se sumaron con los años, cientos de personas procedentes de toda España.
Se eligió el valle de Fontilles por ser un lugar soleado, con agua abundante, bien ventilado y protegido de los vientos del norte. Era, también, un lugar con una sorprendente asimetría óptica. Mientras que, desde el valle, se divisaban los campos de cultivo que se extendían hasta la costa de Denia y, más allá, hasta la línea del horizonte, donde el mar se encontraba con el cielo, resultaba imposible verlo desde ninguna de las poblaciones vecinas. A esta barrera natural se unieron otras barreras arquitectónicas, destinadas a separar a los de dentro de los de fuera, a los hombres de las mujeres y a los «sanos» de los «enfermos».
Los planos y mapas conservados muestran el diseño de edificios abiertos para los sanos y cerrados sobre sí mismos para los enfermos; la forma de los espacios como la iglesia, el teatro o los lugares de trabajo y ocio, diseñados para estar todos juntos y mantenerse separados; o la intrincada red de caminos trazada para evitar el encuentro entre unos y otros.
Lugares de aislamiento como el de Fontilles fueron construidos, durante el último tercio del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, en recónditas montañas, en islas o en meandros fluviales de algunos países de Europa y numerosos países de América, África, Asia y Oceanía. Territorios colonizados donde la lepra fue percibida como un riesgo para la salud de las personas y metrópolis que sintieron la amenaza de un mal que circulaba sin control por las rutas abiertas en la expansión colonial. La protección del cuerpo social se hizo a costa del sacrificio de miles de personas que, a juicio de leprólogos, gobiernos y organizaciones religiosas y filantrópicas, debían de ser aisladas para librarlas de un rechazo social y un estigma que, paradójicamente, el aislamiento no hizo más que reforzar.
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