En Uruguay, el negocio de las apuestas deportivas y el juego online ha sido manejado bajo un monopolio privado que ha persistido durante años, convirtiéndose en uno de los negociados más grandes del país.
Desde el año 2005, bajo el gobierno del Frente Amplio, la Banca de Quinielas, una entidad privada, recibió el decreto que le otorgó el control exclusivo de las apuestas deportivas.
Este monopolio ha sido mantenido y protegido por todos los partidos tradicionales, incluyendo al Frente Amplio y a los partidos de la coalición actual, lo que ha levantado sospechas y críticas sobre la influencia del financiamiento político en esta decisión.
El monopolio
El monopolio en manos de Supermatch, operado por la Banca de Quinielas, ha sido señalado por sus condiciones desfavorables para los usuarios debido a la falta de competencia.
La ausencia de regulación abierta en el sector de las apuestas online, a diferencia de países vecinos como Argentina, Brasil y Colombia donde hay un mercado más plural y regulado, ha llevado a Uruguay a una situación anómala en Sudamérica, compartiendo esta falta de regulación solo con Bolivia y Venezuela.
La recaudación de este monopolio es significativa, estimándose en más de 100 millones de dólares anuales, aunque las cifras exactas son opacas.
Esta situación ha sido cuestionada por varios ciudadanos y activistas, quienes señalan la falta de transparencia y el impacto negativo en el mercado laboral y económico del país.
La liberación del mercado podría generar empleo, aumentar los ingresos fiscales y mejorar las condiciones para los consumidores, pero parece haber un consenso implícito entre los políticos para mantener el statu quo.
Legislar el asunto
Los intentos de legislar sobre este tema para crear al menos un oligopolio entre varias empresas que ya operan en el mercado físico no han prosperado, debido a la aparente falta de interés político. Incluso durante la administración de Luis Lacalle Pou, presidente farsante que se vendió durante todo su periodo como un “liberal” pero gobernó como un auténtico corporativista, se enviaron propuestas para reformar el sistema, pero estas no recibieron el apoyo necesario.
Un senador del partido de Lacalle mencionó la ausencia de voluntad política para cambiar la situación, y otro de un partido menor reveló a La Derecha Diario, que aparentemente, en las elecciones de 2019, la Banca de Quinielas habría aportado significativas sumas a los partidos tradicionales, lo que sugiere una relación de dependencia financiera y de amiguísimo.
La reciente licitación por el Hotel Casino Carmelo, que quedó desierta por tercera vez debido a que no se otorgan licencias para el juego online, es un ejemplo claro de cómo se protege este monopolio.
Esto no solo limita las oportunidades de inversión y desarrollo económico en el sector, sino que también muestra una clara preferencia por mantener el control privado sobre un mercado potencialmente lucrativo.
Varios políticos hacen oidos sordos ante propuestas que proponen desregular esta cuestión, y se amparan en una supuesta preocupación por “la ludopatia”, pero si esta preocupación fuera genuina, el juego se prohibiría en lugar de permitir que un privado lo controle en régimen monopólico.
El silencio de los medios tradicionales y las organizaciones sociales, como el Club Atlético Peñarol o Club Nacional De Football, que no han mostrado interés en abordar este tema, refleja la influencia y el poder de este monopolio en la sociedad uruguaya.
De hecho, el propio Club Atletico Peñarol se vio perjudicado por esta regulación, ya que tras clasificar a semifinales de la Copa Libertadores del año 2024, se le ofreció al club un importante sponsor Brasileño de apuestas que facturaría millones, pero tuvo que declinar la oferta ya que la nefasta regulación uruguaya se lo impedía.
El monopolio de las apuestas en Uruguay es un claro ejemplo de cómo el financiamiento político puede afectar la legislación y la política pública, perjudicando potenciales avances económicos y machacando la libertad de la gente y la libre empresa en beneficio de unos pocos empresarios corporativos que se benefician del Estado de forma hipócrita.