Docentes de la UCV, profesionales imprescindibles tras la tragedia

Medicina forense e identificación de fallecidos

Docentes de la UCV, profesionales imprescindibles tras la tragedia

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Docentes de la UCV, profesionales imprescindibles tras la tragedia

Junto a miles de voluntarios que estas semanas están ayudando a la población de los municipios más afectados por la dana, otros muchos ciudadanos se encuentran sobre el terreno desgastándose al máximo para paliar las consecuencias de la tragedia. Profesionales de emergencias, cuerpos de seguridad o sanitarios cuyo trabajo es precisamente estar al servicio de los demás. Algunos de ellos pasan más desapercibidos, sus obligaciones así lo exigen y, en muchas ocasiones, se ocupan de procedimientos técnicos tan imprescindibles como mohínos. Una de las tareas más amargas de estos días es obligación de expertos como el profesor de la Universidad Católica de Valencia (UCV) Ángel Herrero, docente del Grado en Criminología.

Forense en el Instituto de Medicina Legal valenciano, en los días posteriores al terrible episodio de gota fría del 29 de octubre Herrero fue enviado a diversas localidades de la provincia para ocuparse de las labores propias del levantamiento de cadáveres. A diferencia de la gran mayoría de médicos, ocupados en cuidar la salud de los vecinos, el objeto de su trabajo en Utiel, Chiva, Massanassa, Benetússer y La Torre, entre otros lugares, fueron los cuerpos encontrados en vías públicas arrasadas, en el interior de coches reducidos a amasijos, en casas que habían dejado de ser hogares hacía apenas unas horas, o en garajes que el agua, el lodo y la falta de información habían convertido en cementerios.

“Llevo desde ese miércoles prácticamente sin parar”, afirmaba una semana después de la tragedia este profesor de la UCV. En esos momentos, le consolaba la idea de que “por suerte, parece que el número final de fallecidos no será tan alto como se pensaba al inicio de este desastre”. Y así ha sido. En el tiempo transcurrido entre estas palabras de Herrero y el presente, el número de muertos ha crecido en un par de decenas, cifras afortunadamente alejadas de los millares que pronosticaban algunos cálculos. De haber sido así, los forenses valencianos y los llegados de toda España hubieran tenido serias dificultades profesionales. A causa del gigantesco volumen de trabajo que enfrentarían y, sobre todo, con razón del desafío que supondría la adecuada gestión emocional de tamaña labor.

“En nuestra profesión estamos acostumbrados a ver personas fallecidas por múltiples causas, desde accidentes de coche hasta homicidios, pero la tarea forense comprende más aspectos, desconocidos para la mayoría. Este tiempo, sin embargo, nos hemos dedicado casi en exclusiva a las labores subsecuentes a esta catástrofe. Su magnitud y el contexto social y humano que la acompañan hacen que el trabajo sea mucho más difícil mentalmente. El impacto que provocan es muy superior al habitual. Sinceramente, estoy conmovido por todo lo que estoy viendo y, a veces, es complicado de gestionar”, explica Herrero.

Identificando cadáveres, con el corazón en Paiporta

El también profesor de la UCV Ramón Blas, guardia civil especialista en criminalística e investigación criminal, trabaja en estos momentos en un laboratorio de la Comandancia de Valencia de la Unión Orgánica de Policía Judicial. Desde el inicio de la catástrofe, fue asignado al equipo de identificación de cadáveres, una ardua labor que Blas y sus compañeros están realizando con apoyo de otros guardias civiles de Madrid.

El martes, 29 de octubre, era el último día de vacaciones de Blas y, tanto él como su hijo, se hallaban en Valencia. No pudieron volver a casa. El metro en el que se desplazaban tuvo que detenerse y cambiar el sentido de su marcha, de nuevo con destino a la capital del Turia. Su mujer estaba atrapada e incomunicada en la residencia familiar de Paiporta. Dos días sin luz, sin agua, sin gas, sin teléfono: “Sabía que estaba bien, por otras personas, así que a las siete de la mañana del miércoles me incorporé al operativo en Valencia. Desde entonces trabajé en jornadas de trece o catorce horas identificando cadáveres, doce días seguidos”.

“Normalmente, hago necroidentificación mediante regeneración de huellas dactilares, una o dos veces al mes. Pues bien, llevo más de tres décadas en la especialidad, y en estas semanas he visto lo mismo que en quince años. Además, muchos de los fallecidos eran de calles cercanas a mi casa. En ese sentido, es más complicado que nada que haya hecho antes”, relata el profesor de la UCV.

Al tratarse de una labor muy técnica, el trabajo absorbe toda la atención de Blas y le permite “no pensar mucho” en otras cosas: “Me preocupa que los afectados tengan identificado a su familiar, que pudieran enterrarlo y hacer el luto lo antes posible. Tuve un día libre y fui a Paiporta a ver a mi mujer, interesarme por los vecinos y ayudar en lo que pudiera. Llevaba nosecuantos días metido en el laboratorio, en el sótano de Comandancia, así que fue bastante duro volver allí, a mi calle, ver ‘in situ’ lo que había sucedido. Es verdad que en mi profesión estamos acostumbramos al dolor y a vivir con ello, pero estoy todavía asimilando un poco todo”.

Las dificultades emocionales que implican tantas horas de trabajo en el entorno de una catástrofe cercana se suman a la problemática técnica que implica la labor realizada por Blas: “Lo habitual es poder dedicar más tiempo al proceso de identificación y ahora vamos a tope. A pesar de eso, con esta actuación tras la dana hemos llegado a regenerar dedos de cadáveres de diez días con el agua y el lodo; obteniendo huellas dactilares tanto de manera directa, con tinta o con fotografías, dependiendo del método. No se había hecho nunca, y se ha conseguido hacer porque hay gente muy preparada trabajando mucho”.

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