Cristina Sandín: “En la primera infancia, obligar a compartir no es saludable”

DOMINGO 17 NOVIEMBRE / 11.30-14.30
Sala Pedro Zerolo del Ayuntamiento.
En inscripciones.rivasciudad.es

Con la claridad que le otorga su oficio, es profesora de lengua española en un colegio de Villalbilla, Cristina Sandín Vázquez desgrana los distintos elementos que confluyen en la educación respetuosa, una corriente en tendencia que persigue el bienestar de la infancia y su pleno desarrollo desde la amabilidad y la firmeza. El domingo 17 de noviembre, a las 11.30, en el centro Bhima Sangha, esta maestra y psicopedagoga imparte una charla que desmonta mitos sobre esta forma de educar y da claves que simplifican y ayudan en la tarea más importante del mundo: acompañar a niños y niñas en su transición a la vida adulta para que, cuando se bajen de este tren, sean su mejor versión posible.

¿Qué es la educación respetuosa y la disciplina positiva?

Me gusta hablar primero de lo que no lo es. Educación respetuosa no significa estar todo el día contento y sonriendo, ni que las criaturas hagan siempre lo que quieren inmediatamente. Como desde nuestra infancia hemos vivido una educación más conservadora, sin querer, pasamos al otro extremo. Educación respetuosa es tratar a niños y niñas como merecedores de la misma dignidad que merecen las personas adultas por el mero hecho de ser personas. Es decir, evitar maltratos, gritos, castigos y chantajes.

¿El objetivo final es que mañana convivamos con las mejores personas posibles?

Así es. Concretando en la disciplina positiva, que es una de las corrientes de la educación respetuosa, el resumen es evitar premios y castigos y tratar a los niños y niñas con amabilidad y firmeza a partes iguales. Evitando premios y castigos consigues que tengan una autonomía ética, que hagan las cosas por disfrutar de contribuir y de hacer el bien, no por evitar un castigo o por obtener un premio. Solo porque eligen colaborar de manera voluntaria.

“Al evitar premios y castigos consigues su autonomía ética y que hagan las cosas por disfrutar de contribuir y de hacer el bien”

¿Y qué se logra equilibrando amabilidad y firmeza?

Al igual que tratamos a la infancia desde la dignidad, lo hacemos revisando los acuerdos a los que hemos llegado. Y con seguimiento, es decir, disciplina que, en este caso, se refiere a repetir y repetir. Desde la disciplina positiva entrenamos habilidades emocionales, elección y libertad. Y sobre todo, evitamos castigos, algo que demandan las familias y, por suerte, en los colegios. Y sobre todo desde la LOPIVI [Ley Orgánica de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia] también hay que hacerlo.

¿Felicitar un buen comportamiento es un premio de forma velada?

Tenemos que intentar evitar el ‘muy bien’ porque les estamos enseñando que lo que han hecho es para recibir nuestra aprobación adulta. Por ejemplo: un día, tu peque de unos 3 años hace un garabato y tú fuerzas a decir ‘¡qué bien! ¡Qué bonito!’. Y otro día hace un dibujo muy similar y como tú estás ocupada con una llamada o con un mail no le dices nada. Eso genera confusión. También, hay que evitarlo porque lo importante para generar ese aliento es cambiar el ‘muy bien’ por un ‘gracias, te lo agradezco’. Y por último, si describes el proceso, es decir, cambias el ‘qué bonito’ por ‘vaya, veo que has usado el naranja y aquí estas líneas azules’, pues así pones el foco en ese proceso sin darle tu aprobación. No la necesita.

«Disciplina positiva: ni premios ni castigos y amabilidad y firmeza a partes iguales»

Ni expresar cómo te hace sentir ese dibujo.

Eso es, porque sería manipulación, y eso no lo compartimos desde disciplina positiva. Hay quien incluye la parte del refuerzo positivo para fomentar determinadas conductas. Nosotras lo que rebatimos ahí es que es falta de ética porque eso conlleva manipulación, pues generas lo que quieres que el niño o niña haga, y nosotras lo que queremos es que elija voluntariamente lo que hace y que aprenda de sus errores.

¿Cuál es la parte más difícil de este tipo de educación?

Una de las cosas que más promovemos es que tenemos que cuidarnos. Pero el término autocuidado se está manoseando porque es verdad que la disciplina positiva y la educación respetuosa lo que nos pide es que pongamos el foco en nosotras, en observar qué podemos cambiar para generar verdadera conexión, que al final es lo que hace que el niño o niña quiera colaborar. Efectivamente nos tenemos que cuidar pero no para cuidar mejor si no porque nos lo merecemos. Pero antes hay que entender que hay un contexto social y político que puede favorecer o ir en contra de una comunidad o de una red, y políticas de conciliación y cuidados. Lo ideal es buscar tribu y contar con una estructura social y política que apoye todo esto.

«Intentas no castigar, pero tu sistema nervioso autónomo tiene grabadas otras cosas y saltan resortes a nivel fisiológico»

¿Cuándo se empiezan a ver los frutos de la educación respetuosa?

Sobre todo lo que buscamos es el proceso, cómo vas generando cambios en ti y en tu forma de ver el mundo a través de tus hijos. Los frutos son el proceso, pero también es verdad que a nivel práctico se ven. Pasado el primer septenio de vida, que ya hay cambios en la forma de pensar, empiezas a verlo. Y a partir de los 8 o 9 años ya hay cuestiones que las integran como lo normal. Así que diría que a partir de los 8 o 9 años ya se ve, pero desde el principio, al cambiar el proceso, ya hay frutos.

¿Hay conciencia por deconstruir conceptos o seguimos repitiendo demasiado los patrones de la educación conservadora?

Hay conciencia pero lo que sí veo en esta generación es la búsqueda rápida del ‘tip’ o receta. Como si en un ‘reel’ de 20 segundos pudiera decirte qué hacer para que tu hijo lea antes de dormir. Lo que nos falta, además de querer hacerlo de otra manera, es hacer el trabajo de desaprender, porque hay cosas que tenemos instaladas como normales. Intentas no castigar, pero tu sistema nervioso autónomo tiene grabadas otras cosas y hace que salten resortes a nivel fisiológico. Así, de repente llega el grito y la amenaza. Es un trabajo personal que es costoso, que dura años. Pero ese desaprendizaje es necesario porque si vamos solo a la receta, y si lo haces solo para que te obedezca, no va a funcionar.

En ese desaprender juega un papel importante la culpa, ¿cómo gestionarla?

Yo siempre digo que la culpa son los padres. Es algo que nosotras, como ahora de adultas no nos podemos castigar, nuestro cuerpo busca llegar a esa emoción de otra manera. Si analizas cómo nos hablamos, por ejemplo, ante un tropiezo nos decimos ‘es que soy tonta’. Y eso es porque tenemos una serie de redes neuronales que se han programado para eso. Tenemos que cambiar el nombre de las cosas y poco a poco nos iremos acostumbrando. En este caso, hay que cambiar de ‘culpable’ a ‘responsable’. Y poner el enfoque en soluciones. A cada problema una solución. También con la infancia. Cambiar el ‘quién ha sido’ por el ‘qué ha pasado y cómo lo solucionamos’. No buscamos culpables, buscamos soluciones.

«Hay que cambiar el ‘quién ha sido’ por el ‘qué ha pasado y cómo lo solucionamos’. No buscamos culpables, buscamos soluciones»

¿Cómo posicionarse ante las pantallas?

El pasado mes creé un grupo privado de Facebook llamado ‘Infancia offline: padres y madres de adolescentes sin móvil hasta los 14’. Esta es mi propuesta. Porque son muy pequeños, los cerebros están en construcción y la pantalla está creada para que estés cuanto más tiempo en ella mejor. El cuerpo empieza a generar dopamina. Y esos estímulos, luz y movimiento que los niños de manea natural verían en su entorno, en la familia, con las pantallas se multiplican por 200. Por tanto, está afectando a su desarrollo y a sus funciones ejecutivas que son su capacidad de atención y de planificación. Así que en primer lugar, hay que acompañar no ofreciéndolas, normalizando que los niños y niñas no usan pantallas. Cuando nos digan que su amigo la tiene, explicar que ‘mamá se ha informado y te quiere cuidar, y no te va a ofrecer una pantalla porque tu cerebro está en construcción y te hace daño’. Eso para mí sería la base de la que partir. Y si ya han entrado en las pantallas y se están viendo problemas de ansiedad, sueño o falta de concentración, daría un paso atrás poco a poco, acordando cómo y cuándo se apaga y cuánto tiempo la podemos tener para disminuir la exposición hasta que se pueda retirar. Pero hablo de acuerdos. No de normas.

Y si no funciona la negociación, ¿la pantalla se apaga la pantalla igualmente y se sigue explicando?

Disciplina positiva es sin premios ni castigos y amabilidad y firmeza a partes iguales. Yo te aviso con antelación: “Quedan 10 minutos de pantalla y cuando pase el tiempo, la apagamos”. Si se enfada, acompañamos la frustración, la valido, le digo ‘entiendo tu rabia, sé que te gusta mucho’. No hay que negarlo. Y según la edad que tenga hablamos con términos más concretos. ‘Sé que te genera bienestar’ o ‘sé que lo estabas pasando bien y es el momento de apagar’. Decimos ‘y’, no ‘pero’. Yo soy maestra de lengua y pongo mucha atención en las palabras que usamos porque es lo que va a ir generando creencias.

Sobre las redes sociales, ¿dificulta el terreno la soltura con las que se manejan, a menudo, con mayor facilidad que sus padres y madres?

Aquí querría desterrar el mito de los nativos digitales, eso de que esta generación parece que tiene más habilidad para manejarse con los aparatos que nosotros. Eso, neurológicamente, no es así. El cerebro humano lleva sin cambiar miles de años, y un salto tan grande evolutivo no se daría en una generación. Sí es verdad que como se les ha facilitado desde que son pequeños, tienen más habilidades para navegar de forma intuitiva, pero no hay razones psicobiológicas.

¿Creer que saben más que sus mayores hace asumir una derrota de antemano?

Eso es. Y luego respecto a las redes sociales en concreto, he leído que Meta va a hacer cambios en los mensajes que les pueden llegar de desconocidos y en las autorizaciones de las familias. Pero al margen de eso, me parece un peligro y lo único que podemos hacer familia y colegios es una educación preventiva. No tanto del uso sino del espíritu crítico: qué es lo que te quieren vender, qué son las cookies, cuánto tiempo pasas viendo estos videos o qué imagen quieren que tengas de la vida.

¿Hay que enseñar a compartir sin obligar?

Desde la educación respetuosa entendemos que los chiquititos, como están en un periodo muy egocéntrico, antes de cumplir los 6 o 7 años, no son capaces de mentalizar, de entender que la otra persona también tiene intenciones, emociones o pensamientos. En la primera infancia obligar a compartir no es saludable. Hay soluciones intermedias. Les puedes avisar, por ejemplo, que vienen amigos a casa y que si algo hay especialmente valioso que no quiere compartir lo puede guardar. O al revés, elijamos cosas que sí quiere compartir. Pero no obligar. Y hacer que se respete esa decisión. Nunca obligar porque les enseñas de forma velada que pueden hacer cosa que van en contra de su voluntad para satisfacer la necesidad de otros. Y luego de mayores parece que tenemos que ir a terapia para aprender a ponernos por delante, a saber decir que no… Pues vamos a enseñárselo ya y así luego no hará falta curar. Siempre, mejor prevenir.