El vicerrector de Transformación para la Universidad Digital, Juan Manuel Dodero, detalla los retos a los que se enfrenta la UCA para adaptarse a un entorno digital en constante evolución
Un estudiante de cualquier titulación debe enfrentarse a un trabajo en una asignatura y el profesor le afea el haber empleado una herramienta de inteligencia artificial para resolverlo. Dos horas más tarde, el mismo alumno recibe un comentario negativo por lo contrario. El nuevo entorno digital ha situado al profesorado y al estudiantado en una duda constante sobre los límites éticos y prácticos no sólo de la IA, sino de todas las tecnologías emergentes. Desde el Vicerrectorado de Transformación para la Universidad Digital, su máximo responsable, Juan Manuel Dodero, explica cómo su unidad de gobierno ha desarrollado unas guías para aportar algo de luz a esta situación. Además, detalla en esta entrevista el trabajo, muchas veces invisible, que se realiza para que los procesos más complejos puedan solventarse con un simple clic o pulsar en la pantalla del móvil.
¿Cuáles son los principales retos que se están afrontando desde el Vicerrectorado de Transformación para la Universidad Digital?
Hay dos grandes bloques. Uno es el de la digitalización en su sentido más clásico: modernizar los servicios digitales universitarios. Esto incluye tanto aspectos visibles como los servicios audiovisuales, el equipamiento informático, la red o la wifi —que se ha renovado—, como otros menos visibles, pero igual de importantes y costosos, como el software y los servicios digitales.
Esta parte se gestiona a través de las áreas de sistemas de información, con un equipo que desarrolla internamente muchos de los servicios, lo que supone un esfuerzo muy relevante y, al mismo tiempo, un gran beneficio para los usuarios que hacen uso de ellos. También se recurre a proveedores externos en algunos casos, pero en la UCA existe una larga tradición de desarrollo propio.
El otro bloque es el de la transformación, que va más allá de la digitalización. Si entendemos la digitalización como algo propio del siglo pasado, lo que afrontamos ahora es una transformación profunda, transversal, que no afecta solo a un ámbito concreto del Vicerrectorado, sino a toda la Universidad. Esta transformación repercute en la docencia, en la investigación, en todas las áreas. De hecho, colaboramos con todos los vicerrectorados porque esta transformación no entiende de compartimentos: es completamente transversal. Todo ese impacto irá llegando progresivamente y ése es uno de los mayores retos, que se incorporen los procesos de transformación digital (big data, IA, nuevas aplicaciones) a la docencia, a la investigación y a la gestión diaria.
Esta semana, su Vicerrectorado presenta las guías de IA. ¿Acabarán con la actual falta de coordinación sobre cuándo es lícito su uso y de qué manera deben emplearse?
Ése es precisamente el objetivo con la publicación y difusión de las guías de IA: que cada docente refleje con claridad en qué condiciones puede utilizarse esta tecnología, lo que también le evitará al alumno el dilema de saber si está actuando correctamente. Estamos trabajando con el profesorado para que en las fichas docentes se especifique de manera concreta qué usos de la inteligencia artificial están permitidos y en qué actividades o competencias no son adecuadas. No se trata de prohibir por prohibir, porque eso no tendría sentido; se trata de ofrecer criterios: para esto, sí; para esto, no. Cada profesor, en el ejercicio de su libertad de cátedra, deberá decidir cómo regular su uso en su asignatura. No podemos imponer metodologías. Lo que sí decimos es que la IA no es una metodología nueva, sino una herramienta que obliga a replantearse todas las metodologías existentes.
Es importante que quede claro que no vamos a decirle a un profesor de Historia del Arte o de Ingeniería Hidráulica cómo tiene que adaptar su práctica docente. Ellos son los expertos en su área. Pero deben ser conscientes de que la Inteligencia Artificial no es una herramienta más. Es completamente disruptiva. Para entender su alcance, me gusta compararlo con el arma nuclear: una bomba atómica es un arma, sí, pero no es un arma cualquiera. Solo su existencia ya cambia por completo la estrategia. No hace falta usarla para que transforme la realidad. Con la IA generativa ocurre algo parecido: su mera presencia ya moldea nuestras decisiones, nuestras prácticas, nuestras metodologías. Y por eso es tan importante regular su uso de forma consciente.
Dentro del profesorado, ¿han encontrado más reticencia o más alivio con la puesta en marcha de estas guías sobre IA?
Reticencia, en realidad, no. Al contrario: hemos recibido muchas muestras de agradecimiento por haber iniciado este proceso. El profesorado, en las distintas sesiones que hemos ido realizando por los campus, también nos ha mostrado inquietud. Una preocupación lógica, porque muchas de las recomendaciones recogidas en las guías dependen, en última instancia, del uso responsable que haga el estudiante de estas nuevas herramientas. Ahí está uno de los retos principales: la confianza en que se hará un uso ético y responsable de la IA por parte de toda la comunidad universitaria. Las herramientas de antiplagio que se venían utilizando ya no sirven. Incluso los propios proveedores las han rebautizado como “detectores de originalidad”, porque en realidad no detectan plagio, sino que se ha creado algo diferente. Y ni siquiera esos detectores de originalidad son fiables. Tienen un grado de acierto muy bajo.
Toda esta situación genera incertidumbre. Hay docentes con 120 o incluso 150 alumnos en el aula. Revisar caso por caso sus prácticas y exámenes, a ese nivel de profundidad, implicaría un tiempo y esfuerzos enormes. Por eso insistimos tanto en el uso responsable y consciente de estas herramientas. Porque las tecnologías de detección no son fiables, y porque, en definitiva, el sistema necesita apoyarse en la responsabilidad individual.
Tendemos a pensar que el estudiante hace un uso tramposo de la Inteligencia Artificial, pero ¿es realmente consciente de que se está haciendo un empleo no ético de la IA?
Ésa es la clave. Muchas veces el propio estudiante dice: “yo no veo que esté haciendo algo malo”. Y no es una excusa, realmente lo percibe así. No ha aprendido aún que eso pueda considerarse incorrecto. Llamarlo “malo” es un término que habría que matizar. En demasiadas ocasiones, el alumno no sabe si al utilizar una herramienta para que le resuelva una tarea está optimizando el tiempo o se está saltando una parte del trabajo que es clave para que el aprendizaje sea significativo. Cuando la herramienta sustituye ese esfuerzo, a veces el estudiante lo nota, y otras veces no. Es como en el deporte: cuando uno entrena, puede llegar a pensar que ciertos ejercicios no son necesarios, cuando en realidad sí lo son y cumplen una función específica.
Y aquí tenemos un reto complicado: que el estudiante, de forma natural, entienda qué parte del proceso formativo está eludiendo cuando delega completamente en una herramienta de IA.
¿Y cómo contribuye la IA a mejorar la gestión de la UCA?
Estamos analizando herramientas que permitan automatizar ciertos procedimientos administrativos mediante tecnología RPA, es decir, Automatización Robótica de Procesos. Actualmente estamos estudiando qué soluciones son las más adecuadas para su aplicación en la Universidad de Cádiz, con el objetivo de agilizar trámites repetitivos y liberar al personal administrativo de tareas tediosas.
Un ejemplo claro es el proceso de gestión de solicitudes de becas. Si recibimos 250 solicitudes y cada una requiere una operación sencilla que lleva entre cinco y diez minutos, el tiempo total necesario es considerable. Se trata de un procedimiento perfectamente automatizable, y ya hemos desarrollado un primer prototipo, aunque aún no se ha implantado de forma general. La idea es que, en lugar de necesitar diez técnicos —que no tenemos— para procesar esa carga de trabajo, un único técnico pueda supervisar el funcionamiento de un sistema automatizado que realice estas tareas de forma eficiente.
La escasez de personal técnico en muchas unidades hace que la implementación de este tipo de herramientas sea no solo útil, sino imprescindible. Se trata, en definitiva, de optimizar los recursos disponibles y agilizar la gestión administrativa sin renunciar a la calidad del servicio.
Retomando el tema de las infraestructuras, ¿cuándo culminará la instalación de la red wifi 7, que situará a la universidad de Cádiz a la vanguardia de España?
La instalación culmina en julio. El despliegue comenzó el mes pasado y finalizará en todos los campus a lo largo de este mes. Se han renovado todas las antenas de la universidad. La inversión realizada está pensada no solo para el presente, sino sobre todo para garantizar el funcionamiento óptimo durante los próximos siete años, teniendo en cuenta que la evolución tecnológica hará que, por ejemplo, los móviles actuales aumenten sus funcionalidades de manera progresiva.
Esta infraestructura permitirá a los dispositivos futuros operar con mayor agilidad y seguridad. Aunque no es solo una apuesta de futuro: ya hoy día la red actual presentaba serias limitaciones. Las antenas más modernas tenían 14 años, cuando el uso de dispositivos era muy distinto: entonces, el estudiante llevaba un portátil y, a lo sumo, un móvil con uno uso limitado de dados. Hoy, todo el mundo entra en el aula con múltiples dispositivos conectados, y eso multiplica por tres o por cuatro la demanda de conectividad.
Eso explica los problemas que se daban con la red anterior: falta de cobertura en ciertas zonas o caídas cuando todos los alumnos estaban conectados. Con esta renovación, esos problemas de capacidad se resuelven. No ha sido sencillo: normalmente se hace por fases, pero en este caso hemos decidido renovar todo de forma integral, ya que lo más moderno tenía más de una década.
Y esto era necesario: no solo fallaban las antenas, fallaban todos los elementos de la infraestructura. Si se quiere implementar servicios como videoconferencias o nuevas funcionalidades como el registro digital de asistencia en eventos y seminarios —donde los alumnos se conectan por Bluetooth o QR y el profesor recibe automáticamente una lista en Excel—, es fundamental que la red funcione bien. De lo contrario, estas herramientas fallan.
¿Sienten desde su vicerrectorado que la parte del software queda, en demasiadas ocasiones, invisibilizada?
Sin duda, la parte del software muchas veces queda invisibilizada. Se da por hecho. La gente ve que tiene una aplicación que funciona, que le permite hacer lo que antes requería un proceso manual, y lo asume como algo natural. Pulsas un botón, llegas a donde necesitas, y todo parece fácil. Pero detrás hay muchísimo trabajo.
Un ejemplo muy claro lo tenemos con los nuevos títulos conjuntos del SEA-EU. Presentaban un desafío técnico importante: las solicitudes de acceso no podían gestionarse a través del Distrito Único Andaluz, así que tuvimos que construir desde cero una plataforma alternativa. Empezamos con las primeras reuniones en diciembre y no terminamos el desarrollo hasta abril. Han sido cuatro o cinco meses de trabajo intensivo, con técnicos que incluso han dedicado tardes y fines de semana. Creamos una aplicación que permite realizar las solicitudes y facilita la labor de la comisión de baremación. Todo ese esfuerzo se traduce, al final, en una página web. Y claro, parece que se ha hecho en diez minutos. Pero no es así. Cuando colocas una antena o un equipo audiovisual, se ve: es tangible, visual, queda bonito. En cambio, el software no se ve, pero su coste real —en términos de horas de trabajo, dedicación y personal implicado— es inmensamente mayor.
Y eso cuesta mucho hacerlo visible. Yo, que soy informático, sé todo lo que hay detrás. Sobre todo, cuando se trata de sistemas que requieren seguridad. No es una web cualquiera: está autenticada, integrada con los servicios de identificación de la universidad. Los datos que se recogen —que son datos personales de los solicitantes— se alojan en servidores propios, bajo custodia segura, cumpliendo toda la normativa de protección de datos. Todo eso tiene su esfuerzo. Aunque no se vea, está ahí.
En cambio, hay un software que, cuando se implanta, se acoge de manera entusiasta, como el control digital de asistencia.
En apenas tres meses de funcionamiento, los resultados son bastante prometedores. Seguiremos evaluando su utilidad y, si comprobamos que realmente se le da un uso efectivo, continuaremos con su implantación. Si en algún momento deja de utilizarse por parte del profesorado o del alumnado, se replanteará su continuidad, pero por ahora la acogida está siendo positiva.
Además, se trata de una herramienta muy útil para evitar el fraude. Es práctica y eficaz. Por ejemplo, este viernes tenemos la presentación de las guías de IA en el Salón de Actos de la Facultad de Ciencias, donde ya hay registradas 200 personas. En eventos de esa envergadura, con 200 o incluso 500 asistentes, el registro de asistencia manual sería muy complejo. Gracias a esta aplicación, y con la red Wi-Fi plenamente operativa, podemos agilizar el proceso de forma mucho más eficiente que recurriendo al papel.
¿Está sufriendo la Universidad de Cádiz ciberataques como el resto de las administraciones?
Bueno, eso es un continuo. Si preguntas a los técnicos del área, te dirán que los intentos de ataque son constantes. Afortunadamente, nuestros sistemas filtran todo eso, y salvo que se tratara de un ciberataque específico —que, por suerte, no hemos sufrido—, la situación está controlada. Pero toco madera, porque nadie está libre.
La ciberseguridad no va de librarse del ataque, sino de estar preparado para cuando llegue. Porque va a llegar. No sabes cuándo, pero llegará. La clave está en estar preparados, en contar con sistemas resilientes que nos permitan afrontar el ataque sin pérdida de datos, sin comprometer la seguridad de la información y con la capacidad de reponernos con rapidez. Esa es la verdadera defensa.
Reconozco que me sigue sorprendiendo el nombre del vicerrectorado. ¿La Transformación para la Universidad Digital supone que trabajar con un campus virtual ya no es suficiente?
Es que la transformación digital va mucho más allá del campus virtual. Es cierto que este fue el primer servicio digital implantado en todas las universidades, como un espacio donde el profesorado podía compartir apuntes o materiales. Sin embargo, hoy día estas plataformas han evolucionado notablemente: permiten no solo subir contenidos, sino también diseñar actividades, describir evaluaciones, programar exámenes —como se demostró durante la pandemia— y gestionar toda la docencia digital.
Además del campus virtual, se han desarrollado muchos otros servicios digitales para el personal docente e investigador. Por ejemplo, la ficha docente ya no se completa en papel ni se envía físicamente a los departamentos, sino que se gestiona a través de una aplicación creada internamente por el equipo técnico de la UCA, lo que permite automatizar su visado por parte de los responsables académicos.
Este esfuerzo interno también se ha traducido en otros desarrollos relevantes, como un procedimiento electrónico para la solicitud de plazas de profesorado. Hasta hace poco, presentar la documentación requería instancias formales y entrega física de currículum y méritos. Hoy, ese proceso se realiza íntegramente en formato digital, facilitando la labor de las comisiones evaluadoras —actualmente compuestas por miembros externos, según la normativa vigente— mediante hojas de baremación generadas automáticamente.
Todo este desarrollo, quiero insistir, ha sido posible gracias al trabajo del área de Administración Electrónica de la UCA, cuyos técnicos han asumido el diseño e implementación de estas herramientas. En algunos momentos, hasta 11 profesionales de un equipo de 15 han estado simultáneamente dedicados al desarrollo de estas aplicaciones, lo que da cuenta del volumen y la complejidad de este proceso de transformación.
Hemos empezado la entrevista hablando de los retos presentes pero ¿qué se ha propuesto el Vicerrectorado de Transformación para la Universidad Digital, y Juan Manuel Dodero en concreto, para los próximos años?
Uno de los grandes retos que me he propuesto personalmente es el desarrollo de la competencia digital en toda la comunidad universitaria. Soy muy insistente con este tema porque considero fundamental que tanto el Personal Docente e Investigador (PDI), como el Personal Técnico, de Gestión y de Administración y Servicios (PTGAS) y el estudiantado, avancemos en este ámbito.
No se trata únicamente de habilidades digitales básicas, sino también de aquellas vinculadas a las nuevas herramientas de inteligencia artificial. En este sentido, vamos a poner en marcha, próximamente, una iniciativa vinculada a un proyecto colaborativo entre diez universidades, liderado por la Universidad de Castilla-La Mancha, en el marco de los fondos UniDigital. A través de esta iniciativa, que ya cuenta con una plataforma desplegada en RedIRIS, se ofrecerán cursos y la posibilidad de obtener certificaciones en competencia digital, siguiendo un modelo similar al de los idiomas (A1, A2, B1, C1, C2) basado en el estándar DIGCOMP.
Cada persona podrá formarse según su nivel y en función de las cinco áreas definidas por dicho estándar, con una oferta de hasta 30 cursos. Se trata de una apuesta firme por la formación continua y adaptada, que contribuirá a una transformación real y transversal en la universidad.
Me gusta comparar este reto con el de la Igualdad, por supuesto, sabiendo que son dos áreas completamente diferentes. Pero hace 40 o 50 años había cuestiones que no eran visibles porque no formaban parte de la educación o de la conciencia colectiva, pero hoy son fundamentales. Lo mismo ocurre con la competencia digital. Es algo que debemos asumir, comprender y aplicar, no solo como una herramienta técnica, sino como parte imprescindible de nuestra formación, nuestra responsabilidad y nuestra capacidad de actuar en un entorno cada vez más digital.