El presidente del Principado, Adrián Barbón, ha defendido hoy el cuidado de las formas y respeto a las decisiones y acciones de las instituciones, “que son el sostén de la democracia”. En concreto, durante el acto de entrega de la medalla de oro de la Cámara de Comercio de Oviedo al presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, Jesús Chamorro, ha subrayado que “sin el Derecho no puede haber democracia”.
Barbón ha abogado por ejercer los cargos institucionales con responsabilidad: “Debemos ser capaces de sobreponernos a las exigencia del segundero de la actualidad atropellada. Las instituciones necesitan sedimentar durante épocas largas, casi geológicas, para fortalecerse, pero luego pueden quebrarse en cuestión de días como si fuera castillos de naipes”, ha advertido
En su intervención, el presidente ha felicitado a Chamorro por “la merecida distinción” y se ha comprometido en “trabajar para hacer realidad cuanto antes y de modo progresivo la unificación de las sedes judiciales de Oviedo”.
Esta ha sido su intervención:
INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS, ADRIÁN BARBÓN
Entrega medalla de oro de la Cámara de Comercio de Oviedo al presidente del TSJA, Jesús María Chamorro González
Me congratulo por la decisión de la Cámara de Comercio de Oviedo. Enhorabuena al Tribunal Superior de Justicia de Asturias y en particular a su presidente, Jesús Chamorro, por su merecida distinción. También me sumo al reconocimiento a Fernando Fernández-Kelly, quien tanto ha trabajado a favor del desempeño empresarial.
Intentaré estar a la altura de este acto con una breve reflexión. Verán, el tiempo de la política se mide con varios relojes. Todos son útiles, todos son necesarios, pero cada uno sólo cronometra lo suyo y es inservible para lo demás.
Seguro que me explico mejor si desciendo unos escalones de la teoría a la práctica, de las musas al teatro.
Por un lado está el reloj de los medios y las redes sociales. Aquí los minutos vuelan, todo es vértigo instantáneo. Hace bastantes años, para resaltar la fugacidad de los acontecimientos se decía que las exclusivas periodísticas de hoy envolverían el pescado de mañana. Bueno, al menos duraban un día. Ahora sabemos que una noticia o unas declaraciones aguantan el frescor a lo sumo unas horas; a veces, ni unos minutos antes de que sean sepultadas por las siguientes.
A mí me gustaría ajustar el reloj de la Administración a ese ritmo, pero es imposible, y probablemente tampoco sería conveniente. Estamos esforzándonos por agilizarla con iniciativas como la ley simplifica, pero por mucho que la aceleremos jamás alcanzará esa velocidad. La unificación de las sedes judiciales de Oviedo es una necesidad y es una demanda compartida por mi gobierno. Me comprometo a que se haga realidad cuanto antes y también a estudiar la manera de que se pueda avanzar de modo progresivo. Oviedo tendrá la ciudad de la justicia que merece, pero dentro de los márgenes que tolera el minutero de las administraciones. Decir lo contrario sería engañarnos.
Hay al menos otro tercer reloj, el que toma nota del hacer y del pasar de las instituciones. Este es el más complicado y delicado de los tres. El de las declaraciones tolera muchos ajustes de cuerda, hacia adelante y también hacia atrás, si es necesario. En cambio, este es frágil. Las instituciones necesitan sedimentar durante épocas largas, casi geológicas, para fortalecerse, pero luego pueden quebrarse en cuestión de días como si fueran castillos de arena, tan laboriosos como inconsistentes.
Basta con alzar la vista al mundo. Estos meses he recordado a menudo la lectura de La democracia en América. He pensado en la fascinación que impregna la prosa de Tocqueville sobre el sistema democrático estadounidense y me he planteado un imposible: qué ocurriría si hoy observase qué está sucediendo en el país que llegó a convertirse en la referencia global de la democracia y hoy es el espejo deformado de su deterioro.
No existen pólizas de seguro de garantías democráticas, como no las hay de derechos o libertades. Existen de algo tan azaroso como la salud y la vida, pero no de fortaleza institucional. Esa depende del factor humano, de la cualidad moral de quienes las ejercen.
Debemos tenerlo en cuenta cada día. Seamos capaces de sobreponernos a las exigencias del segundero de la actualidad atropellada para actuar con la responsabilidad que requiere el cargo que ocupemos.
No es tan difícil. No exige una titulación específica ni una sucesión de cátedras: basta con ser conscientes del deber y la dignidad, dos palabras que ahora parecen desterradas del uso cotidiano.
A partir de ahí, es relativamente sencillo. A mí se me ocurren tres recomendaciones simples:
-
Las instituciones se protegen, por ejemplo, cuidando las formas y evitando el recurso fácil y desabrido al insulto. El problema del insulto no es el calentón momentáneo, sino que lo deja todo perdido y, peor aún, que crea hábito, es adictivo y viral. Permitan que ahora hable en primera persona: por eso tengo el empeño de evitarlo, de resistirme a utilizarlo. Reitero un llamamiento que ya he manifestado en otras ocasiones: esforcémonos todos en preservar Asturias de la viciada, enrarecida atmósfera tóxica que emana de la política madrileña.
-
Cada uno a lo suyo, recomienda el dicho. Es otra sugerencia fácil de seguir. El parlamento, a legislar y controlar; el poder judicial, a impartir justicia; los gobiernos, a gobernar; los medios de comunicación, a informar y opinar. Soy de natural optimista, pero procuro no caer en la ingenuidad. La división de poderes jamás ha sido perfecta. Si nos sinceramos, acabaremos reconociendo la porosidad y los contagios, propios de nuestra condición humana. Eso ha sucedido siempre. Lo propio y novedoso de nuestros días es la pérdida de contención, el desafuero, como si cada poder estuviera tentado a ocupar el lugar y la función de los demás. Ahí es donde debemos colocar los diques.
-
La tercera es el respeto. Respeto a las acciones, decisiones y opiniones de los demás, aunque nos disgusten e incomoden. A estos efectos es tan perniciosa la indiferencia como la piel demasiado fina, cuando cualquier discrepancia se considera una agresión. La práctica del respeto es una buena manera de evitar ambos extremos.
Como presidente del Principado, puedo asegurar que mi gobierno se guía por esas tres reglas: cuida las formas, se dedica a lo suyo y respeta a las demás instituciones y poderes, aunque discrepe. Puede aparentar un kit muy básico, pero les aseguro que funciona.
Reitero mi agradecimiento a la Cámara de Comercio y mi enhorabuena, tanto a Fernando Fernández-Kelly como a Jesús Chamorro y a todo el Tribunal Superior de Justicia.