El Teatro Nacional de Cataluña (TNC) ha empezado la temporada 2024-2025 programando un musical de factura catalana, Ànima, que sigue el rastro de producciones recientes del TNC como Molt soroll per no res (2015-2016) o La importància de ser Frank (2018). Al mismo tiempo, Dagoll Dagom llena el Teatro Victoria por última vez, agotando las entradas con medio año de antelación para ver la última reposición de Mar i cel antes de que la compañía abandone los escenarios, y Àngel Llàcer y Manu Guix se preparan con su productora Nostromo para estrenar, en catalán, el musical británico El dia de la marmota, primera versión mundial que no se hará en inglés. ¿Quiere esto decir que el musical vive un nuevo momento dorado en Cataluña? En opinión de la directora del máster universitario de Gestión Cultural de la UOC, Alba Colombo, «en absoluto».
«El adiós de Dagoll Dagom es un problema. El teatro musical que tenemos en España, y sobre todo en Cataluña, es todavía efímero. Sí tenemos personas y empresas que hacen grandes musicales adquiridos en otros países, pero Dagoll Dagom fueron iniciadores y promotores, y mucha gente se ha mirado en ellos durante mucho tiempo. Es un golpe para el sector y para la profesión», explica Colombo.
Turismo teatral
No podemos hablar ya de descensos coyunturales debidos a la pandemia. La covid-19 hizo tambalear Broadway, por ejemplo, que entre 2019 y 2022 registró pérdidas de hasta mil millones de dólares, según los datos que publica The Broadway League. Pero estas pérdidas se han conseguido remontar, y a pesar de que todavía no factura los 1.800 millones de dólares del año 2018, Broadway ya vuelve a los 1.500 millones y se acerca a las cifras de 2017. La temporada 2023-2024, Nueva York vivió el estreno de dieciséis nuevos musicales y cinco revivals. En Barcelona, de un modo similar, se estrenaron once musicales nuevos, entre los que se puede destacar Golfus de Roma y Pares normals, más cinco llegados de Madrid, con cerca de 20 reestrenos.
No es que el teatro no funcione en Cataluña: la temporada 2023-2024, se batió el récord de espectadores, con 3,02 millones, según cifras de ADETCA, la Asociación de Empresas de Teatro de Cataluña, y una ocupación también récord del 61,6 % que, aun así, está muy lejos del 89 % de Broadway para el mismo periodo.
Dos musicales se sitúan entre los cinco espectáculos más vistos de aquel año en Cataluña: The Producers (109 964 espectadores) y Los chicos del coro (algo más de 72 686 espectadores), con ocupaciones del 50 % del aforo, por debajo de la media. «Un musical tiene un coste mucho más elevado que cualquier otra obra teatral, excepto la ópera», valora Colombo. «Y el coste de la traducción musical, de las letras de las canciones, es muy alto. Iniciativas que pueden parecer más comerciales como las de Nostromo son las que se aguantan. Además, la audiencia es muy crítica con espectáculos tan caros: o estás muy seguro de que vas a ver algo que te gustará mucho, como Mar i cel o Grease o La jaula de las locas, cosas que ya conoces, o es difícil que el público esté abierto a ver musicales de creación propia».
Lo más parecido a un éxito de largo plazo de creación es El petit príncep, un musical de Àngel Llàcer y Manu Guix estrenado en 2014, que reaparece cada año estacionalmente en el Teatro Paral·lel 62 (antes Barts) durante unas sesenta funciones y que, regularmente, cita a 40 000 espectadores por temporada desde hace 11 años, con ocupaciones dignas de Broadway del 86 %.
Todos estos números empequeñecen si se comparan con el medio millón de personas que cada año ven El rey león en Madrid desde hace 14 temporadas y que convierten la ciudad en uno de los tres grandes polos de turismo teatral del mundo. Una cifra similar a la que suman todos los espectáculos de teatro musical estrenados en Cataluña en 2023-2024: 430.036, según el informe de ADETCA, 41.000 menos que el año anterior.
La población es la que es, y sin una afluencia turística, los números de asistencia tienen ciertos límites. «No creo que Barcelona tenga que ser aún más un polo de atracción turística, ya tiene demasiadas razones para llamar al turismo y yo no sería partidaria de potenciar el teatro para esto», dictamina Colombo. «Actualmente, vivimos una Barcelona cada vez más para la gente de fuera que para la residente. No quiero decir que no se tenga que apoyar a este sector, pero quizás es mejor ofrecer ayudas y formación a los públicos locales, no centrarlo en el turismo, que ya tenemos demasiado».
Tiempos mejores
El estado actual del musical catalán resulta paradójico después de que entre los años ochenta y noventa Cataluña fuera quién tirara del carro en el desarrollo del género en el Estado español, particularmente con la tripleta de compañías Dagoll Dagom (Nit de Sant Joan, 1981; Glups!, 1983; El mikado, 1986; Mar i cel, 1988; Flor de nit, 1992; T’odio, amor meu, 1995; Els pirates, 1997), Comediants (Alè, 1984; La nit, 1987; El llibre de les bèsties, 1994) y La Cubana (Cómeme el coco, negro, 1989; Cegada de amor, 1994), además de productoras como Focus y directores esenciales como Ricard Reguant, que en diez años dirigió Estan tocant la nostra cançó, Memory, Nou Memory, Germans de sang, Blues en la nit, The Rocky Horror Show, West Side Story, Assassins y Chicago.
«Los años ochenta y noventa, y sobre todo durante la Transición, fueron muy importantes para una serie de grupos que recuperaban los teatros y las calles para las expresiones culturales, y Dagoll Dagom es uno de los ejes vertebradores de todo esto», comenta Colombo. «También los musicales que hacía Àngels Gonyalons. Actualmente, es un poco a la inversa. El escenario del musical está ahora más ubicado en Madrid que en Barcelona, y por eso decía que el adiós de Dagoll Dagom golpea al sector en Cataluña, especialmente en un momento en que ya está muy débil».
Una forma de reducir costes sería exportar los musicales que se crean aquí, pero tampoco se acaba de encontrar la fórmula para invertir el cash-flow cultural. Que un musical de éxito aquí como La llamada se haya estrenado en Nueva York, a cargo del Repertorio Español, «ha sido un pequeño milagro», como lo fue que El temps de Planck de Sergi Belbel i Óscar Roig (2000) se acabara estrenando en México en 2005. «En España», recuerda la profesora, «recientemente hubo un intento adaptando La historia interminable de Michael Ende, y tuvo un cierto éxito…, pero no un gran éxito, como necesita este tipo de espectáculos para poder hacer luego una gran gira por toda España o un desarrollo internacional».
Otra historia que no fue
Todavía más, incluso se podría llegar a plantear que el musical como lo conocemos estuvo a punto de nacer en Cataluña: a principios del siglo XX, una serie de compositores y libretistas, inspirados por el arte total wagneriano, intentaron desarrollar un teatro lírico propio que no fuera ni ópera ni zarzuela: Felip Pedrell (El comte Arnau, 1904), Enric Granados (Gaziel, 1906) y Enric Morera (La fada, 1897; Empòrium, 1906), con mayor o menor influencia del modernismo catalanista, probaron de encontrar el camino hacia un nuevo tipo de teatro musical, sin conseguir captar al público. Probablemente, por un elitismo que los llevó a aproximarse a la música popular del folclore catalán de raíz pero no a la de los cuplés, la raíz urbana. «Era un momento en el que la inversión privada era muy importante. El Teatro Romea, por ejemplo, era privado y tenían que hacer negocio: programaban cuatro sesiones variadas al día, porque el consumo teatral era de otro calibre. No había competencia por parte de otra oferta de ocio», explica Alba Colombo. «Si hubiéramos seguido esta línea, podría haber sucedido, se podría estudiar».
Más adelante, hacia los años veinte y treinta del siglo XX, la separación se hizo más evidente; por un lado, la comedia musical catalana, similar a la revista y el vodevil y no muy diferente a la temprana comedia musical americana, que triunfaba en el Paralelo (La reina ha relliscat, 1932; Deauville, port de París, 1932; En Mariano de la O, 1936), y, por otro, el mundo lírico.
Y con la guerra civil, evidentemente, todo esto se detuvo.
¿Iniciativa pública o modelo Málaga?
¿En qué estado queda el musical, pues, en Cataluña, hoy? ¿Hay que recurrir más a espacios públicos como el TNC? «Yo creo que el teatro público no es donde tienen que representarse estas obras», sentencia Alba Colombo. «Quizás lo podríamos haber explotado de otro modo. Podría ser interesante recuperar textos de principios del siglo XX actualizados«. El TNC se ha acercado a ello con piezas como Els jocs florals de Canprosa (2018) o L’emperadriu del Paral·lel (2021), o reinterpretando en 2016 la zarzuela más antigua que se conserva en catalán, L’aplec del remei (1858).
«Es la misma canción de siempre», valora Colombo. «Cuando una iniciativa privada funciona mal, ¿tenemos que recurrir al apoyo público? Si te fijas en las grandes plataformas musicales internacionales, Broadway, el West End, el Paralelo, siempre han sido iniciativas privadas. ¿Debemos dejar de hacer obras de texto, más intelectuales si se quiere, en el teatro público para hacer obras musicales más comerciales? Yo lo pondría en entredicho…».
Así es, de hecho, como ha funcionado siempre tradicionalmente la iniciativa cultural en una ciudad como Málaga, que ha acabado dando luz a un Antonio Banderas que ahora estrena en el Teatro del Soho los mejores musicales del país, encadenando títulos como A Chorus Line, Company, Tocando nuestra canción o Gypsy, y que nacen desde el nuevo e inesperado polo del musical en el sur de España.