La pandemia puso de manifiesto la importancia de cuidar la salud mental y derribó algunas barreras, sobre todo sociales, que impedían a muchas personas pedir ayuda cuando no se sienten bien. No en vano, se calcula que en España una de cada tres personas sufre algún problema de salud mental, según un estudio internacional del Grupo AXA sobre salud y bienestar mental llevado a cabo el año pasado en dieciséis países en colaboración con el Colegio de Psicólogos de España. De ellas, el 16 % reconoce tener ansiedad, fobia o estrés postraumático, que se han convertido ya en males habituales en sociedades de todo el mundo y de forma transversal, a cualquier edad.
A pesar de los avances tecnológicos, de la mejora sustancial de la calidad de vida y de la mayor percepción de autocontrol y capacidad para desarrollarse que parece ofrecer el mundo actual, repleto de opciones y caminos no convencionales que parecen ajustarse a cada persona, el vacío existencial se ha convertido en otro de los grandes males, no siempre comprendido precisamente por esas creencias de libertad para elegir. «El vacío existencial es la experiencia emocional que sentimos cuando nos encontramos desubicados en la vida, sin rumbo ni propósito, con una crisis de valores.En resumen, cuando no encontramos sentido a nuestra existencia», explica Aleix Comas, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). «La idea que hay de fondo es que la vida no tiene un propósito inherente y que nosotros, como humanos, debemos construirlo. Al perderlo o no encontrarlo, conectamos con este vacío, al que llamamos vacío existencial«, añade.
Una señal para dar un nuevo sentido a la vida
La sociedad actual es, si cabe, más compleja que la de décadas anteriores. Los caminos no están tan pautados como antaño, lo que obliga a las personas a definir su propósito vital más allá de convencionalismos. «El desencanto con los valores en los que habíamos creído unido a una nueva forma de relacionarnos con la información que no acabamos de poder comprender hoy en día hacen que tengamos una sensación de pérdida, vacío e indefensión que nos puede llevar con facilidad al vacío existencial», remarca Comas. Pero puntualiza que «el vacío existencial, en sí mismo, no es una enfermedad. Más bien es un indicador o una señal de nuestra mente, que nos informa de que necesitamos reubicarnos: parar, reflexionar, ubicarnos (dar sentido) y entonces actuar«, apunta el experto. Pero esto no siempre es fácil en una sociedad que se muestra implacable con quienes no se ajustan a los nuevos parámetros que sustituyen a paradigmas del pasado.
Aquí entran en juego nuevas necesidades, como la dependencia del refuerzo externo, la tendencia al perfeccionismo o la constante búsqueda del placer, la inmediatez, la evitación del malestar o la desconexión de las emociones propias. «Si compramos estas premisas, corremos el riesgo de no saber cómo gestionar el malestar cuando aparezca y recurrir, entonces, a una búsqueda de placer inmediato que tape lo que no queremos sentir», relata el experto. Porque, como apunta, «el placer inmediato es pasajero y, cuando se acaba, volvemos a conectar con el malestar que teníamos tapado. Esto hace que necesitemos cada vez más placer inmediato y entremos en una espiral que nos hace conectar, poco a poco, con una sensación de malestar constante y una falta de sentido vital hasta llegar al vacío existencial», explica.
Llegados a este punto, pueden aparecer las verdaderas enfermedades mentales como consecuencia de un esquema de vida inalcanzable. «La ansiedad es la emoción que sentimos cuando percibimos que no tenemos recursos para hacer frente a las amenazas que puedan aparecer en nuestra vida o para controlarlas. Si nos sentimos sin control, aparece la ansiedad. El vacío existencial genera, justamente, una sensación de falta de control: si no sé por qué hago lo que hago o qué dará sentido a mi vida, ¿cómo podré decidir qué acciones me harán sentir más realizado?», ejemplifica el profesor.
Los jóvenes, también en riesgo
Los jóvenes son unos de los colectivos más expuestos. «Son los que más riesgo corren de entrar en un vacío existencial en unos años. El modo de relacionarse entre ellos —24/7 y multicanal— junto con el elevado consumo de tiempo en múltiples redes sociales, en las que se les indica constantemente que la felicidad está vinculada con estar siempre contento y tener muchos likes, hacen que no tengan tiempo para pensar qué quieren, qué sienten y qué necesitan. Esto, con el tiempo, puede facilitar una pérdida de sentido cada vez más grande que llegue a generar el vacío existencial«, advierte el experto.
Cinco factores que contribuyen a esa sensación
Según Comas, los hábitos que contribuyen al vacío existencial y a sus consecuencias en forma de ansiedad son:
- Desconexión emocional y búsqueda constante e inmediata de placer
- Incongruencia entre nuestras necesidades y las conductas que tenemos
- Baja tolerancia al malestar
- Aislamiento social
- Poca introspección y escucha personal
Sin embargo, sentir o padecer estas emociones no nos convierte en culpables de algo que no hemos elegido. «No podemos evitar el vacío como tal, ya que no depende totalmente de nosotros. Lo que sí que podemos hacer es mitigar su intensidad y crear conductas protectoras para intentar prevenirlo», aconseja. Y citas varias, como parar y escucharnos («hacer un stop en nuestra vida, repasar lo que hemos hecho, plantearnos qué queremos y qué es importante para nosotros», recomienda),ser congruentes con nuestras necesidades y valores («llevar a cabo acciones que nos hagan sentir satisfechos y plenos, a pesar de que puedan no gustar a otras personas», explica) o hacer acciones trascendentales para nosotros o actividades sociales y grupales.
Con estas sencillas fórmulas, la sensación de vacío existencial podrá perder vigor y será posible hallar la ilusión necesaria para afrontar mejor la vida desde otra perspectiva.