Miguel Ángel Alario recibe el homenaje de su Facultad y su Universidad

Texto: Alberto Martín, Fotografía: Jesús de Miguel – 7 nov 2024 14:16 CET

“Es un momento triste, pero necesario para todos nosotros y, sobre todo, reconfortante”. La decana de la Facultad de Ciencias Químicas, Mayte Villalba, pone palabras a los sentimientos de quienes han acudido este 6 de noviembre a rendir homenaje a Miguel Ángel Alario en el salón de actos de su Facultad, la “que no quería abandonar nunca”, de su Universidad, la Complutense, “la casa del profesor Alario”, en la que, como enfatizó la vicerrectora de Investigación, Lucía de Juan, siempre ocupará un “lugar de privilegio en su memoria e historia”.

 

El idilio entre el profesor Alario y la Universidad Complutense, como recordó la vicerrectora, se inició en 1959 cuando se matriculó en los estudios de Químicas y “empezó a hacer méritos para recibir -recordó la vicerrectora- en enero de este mismo año 2024 la Medalla al Mérito Docente e Investigador de nuestra Universidad”. Han sido, por tanto, 65 años vinculado a la UCM, primero como estudiante, y después, tras varias estancias en el extranjero, desde 1974 como profesor y catedrático. Puso en marcha en España una nueva disciplina, la química del estado sólido, y lo hizo partiendo desde cero, construyendo, incluso, con sus manos el primer instrumental necesario para desarrollarla. Miguel Ángel Alario y Franco está considerado el padre de la química del estado sólido en España y uno de los referentes mundiales de la materia por sus investigaciones, que le valieron numerosos reconocimientos, entre ellos, el Premio Real Academia de Ciencias (1984), el Premio Rey Jaime I (1991), la Medalla de Honor de la Real Sociedad Española de Química (1996) o el  Premio Miguel Catalán de la Comunidad de Madrid (2010).

 

En esas cinco décadas de actividad docente e investigadora -porque pese a su edad se mantenía en activo– ha ido no solo impulsando esos estudios -“hasta ponerlos en la escena internacional”, como subrayó el actual presidente del Grupo especializado en Estado Sólido de la Real Sociedad Española de Química, Xermán de la Fuente-, sino, sobre todo creando una “red de amigos” en torno a esa materia y al grupo de investigación que fundó en la Facultad. “Amistad y ciencia. Por ese orden”, le gustaba puntualizar al propio profesor Alario.

 

Fue una de sus primeras alumnas, Mari Sol Rojo, primera también en tomar, tras la decana y la vicerrectora, la palabra en el acto. Aún recuerda aquel “imborrable” curso 1974 cuando un joven profesor Alario la hizo de enamorarse para siempre de la química gracias a su “simpatía, capacidad para hacer sencilla su compleja asignatura, y, sobre todo, por su sencillez”. Con veintisiete de los alrededor de 9.000 alumnos, a los que él mismo calculaba que impartió clases, el profesor Alario fue un paso más allá, y se convirtió en su director de tesis. “Lo único que nos pedía es que llegásemos hasta el final”, recuerda la hoy profesora Elisabet Castillo, a quien acompañó en su viaje académico a comienzos de los 2.000. “Me considero su hija científica”, reveló antes de referirse a la última vez que le vio. Fue este último mes de julio, en la Facultad, cuando le acompañó al despacho que durante décadas ocupó su gran amigo Emilio Morán, fallecido en la pandemia –“su muerte fue muy dura para él”- , para abrir unas cajas que habían llegado. Era la edición en papel del número monográfico que Journal of Solid State Chemistry le había dedicado. “Muy emocionado, con la revista entre sus manos, me dijo: Ahora ya me puedo morir tranquilo”.

 

Otras de sus “tesinandas”, María José Torralvo, también después su compañera en el Departamento de Química Inorgánica, recuerda como inculcó en ella, además de los más innovadores saberes científicos, el “entusiasmo por el trabajo, el compañerismo y el valor por la amistad”. Algo parecido experimentó el también después profesor Regino Sáez, quien le acompañó en su larga travesía para asentar la química del estado sólido en los niveles de excelencia que él siempre pensó que debía ocupar, y con quien se “enfadó” cuando le comunicó que se jubilaba. “No entendía que le dijera que me iba de la universidad, cuando él seguía”.

 

Y es que, como recalcó la decana Mayte Villalba, tanto quería a su Facultad el profesor Alario, que no solo nunca quiso abandonarla, sino que su ausencia es sentida cada día. La decana cuenta que entre las alegrías que le ha deparado su cargo está la oportunidad de conocer mejor a un “un personaje fascinante en todas sus facetas, un científico de primera, vanguardista y en ocasiones transgresor”.  Elena Mesa, gestora de proyectos de la Facultad, reconoce que cuando suena el teléfono no puede sino recordar a quien cada día la sacaba una sonrisa cuando llamaba diciendo “Soy el profesor Alario, de Químicas”, aún estando en el despacho de al lado”.

 

Uno de los cargos de gestión que ocupó el profesor Alario y del que más orgulloso se sintió -junto al de decano de la Facultad- fue la dirección de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense. Fue Rafael Puyol el rector que le encomendó la tarea. “Le recuerdo como un buen gestor, pero sobre todo por su carácter cordial, cercano, amigable y por su sentido del humor, una prerrogativa que poseen las personas inteligentes”. Al acto también acudieron otros tres antiguos rectores: Arturo Romero, Carlos Berzosa y Carlos Andradas.

 

El catedrático José Manuel Pingarrón le acompañó en su etapa en el Decanato de Químicas, en la que comprobó que su carácter era el mejor bálsamo contra los problemas» y también en una aventura que no tuvo final feliz, o sí, como fue su candidatura en las elecciones a rector en 2003. Y es que aunque no consiguieron ganar, ambos, según recordó Pingarrón, lo vivieron como una maravillosa experiencia que les permitió conocer la Complutense en toda su extensión. «Siempre me decía que menos mal que habíamos perdido porque si hubiéramos ganado, no habríamos podido hacer nada de lo que hemos hecho después. Para mí siempre fue como un hermano mayor», concluyó Pingarrón. Una de esas cosas que pudo hacer fue presidir la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Ana Crespo, su actual presidenta, explica que a Alario se le recuerda como “el gran presidente” de esta institución, a la que supo hacer crecer y abrirse a la sociedad. El programa aún hoy vigente “Ciencia para todos” fue una iniciativa suya. 

 

Los últimos en tomar la palabra fueron dos de sus gran amigos en la Facultad: Nazario Martín y José Luis Sotelo. A este último le conoció en los asientos de este mismo salón de actos en el que se celebra el homenaje, allá por comienzos de los 60, siendo alumnos “en las clases del profesor Gutiérrez Ríos”. “Me siento afortunado de haber sido compañero y amigo de una persona tan excepcional”. Sentimiento similar expresa Nazario Martín, quien proyecta en la sala la fotografía que ambos se hicieron apenas diez días antes de morir, cuando junto a su mujer, Marisa, le visitaron a él y a su mujer en Miraflores de la Sierra. En ella sonríen ante la casa en la que veraneaba en esa localidad otro de los grandes profesores de la historia de la Complutense, el Nobel Santiago Ramón y Cajal. Martín cuenta que estos días prepara una necrológica de su amigo que le han pedido. Cuenta que empezó a hacerla hablando de sus contribuciones y méritos, pero que pronto pensó que “a Miguel no le habría gustado. He decidido hacerla como él era: desenfadado, burlón, ingenioso y perspicaz”. Le gustará.