Daniel Castillo Hidalgo y Sergio Solbes Ferri ponen contexto a los peligros de los nacionalismos económicos.
Daniel Castillo Hidalgo y Sergio Solbes Ferri, docentes de Historia e Instituciones Económica en la ULPGC, publican en la plataforma de divulgación The Conversation el artículo “Guerras comerciales: lecciones del pasado para un presente incierto”, en el que repasan la historia reciente de las guerras comerciales para poner contexto a los peligros de los nacionalismos económicos en un momento en el que Estados Unidos está desarrollando una agresiva política arancelaria.
Los autores inician el texto asegurando que las políticas comerciales proteccionistas “pueden servir, teóricamente, para impulsar la industria nacional y preservar el empleo, pero siempre a cambio de limitar el estímulo de la competencia internacional y perjudicar a los consumidores nacionales”.
En la etapa moderna, a partir de la expansión ultramarina europea y la formación de los imperios coloniales, la actividad comercial se consideraba “un juego de suma cero”, en el que lo que un país gana otro debe perderlo, sin que nadie cuestionase esa doctrina hasta que teóricos del liberalismo económico como Adam Smith empezasen a criticar ese planteamiento, quien estaba a favor de “una actividad comercial sin restricciones” que podría impulsar el crecimiento y la riqueza.
Esta nueva doctrina se consolidó en el siglo XIX, en el que la economía fundó sus bases en el “liberalismo económico, el uso del (patrón oro) para organizar el sistema monetario global, la estandarización de los procesos productivos y la difusión del conocimiento científico, apoyado todo sobre la progresiva extensión del Estado liberal”, lo que condujo a tasas de crecimiento anual que multiplicaban por diez las anteriores pero que también generaban sociedades más desiguales. En este contexto, el ascenso de Alemania y Estados Unidos en sectores emergentes provocaron que Gran Bretaña, que había liderado en solitario la primera revolución industrial, “se encontrara con nuevos y poderosos competidores amenazando su hegemonía”, competidores que a su vez comenzaron a defender planteamientos comerciales más proteccionistas para desarrollar sectores económicos estratégicos, un proteccionismo que les permitiera crecer como paso previo al librecambio. A partir de ahí, con la imposición de nuevos aranceles, la suma del nacionalismo imperialista y la competencia industrial “impulsaron las rivalidades entre países que, finalmente, entraron en guerra en el verano de 1914”, punto final de un mundo de equilibrios e intereses compartidos que alteró las relaciones comerciales y de producción y finiquitó el patrón oro.
A partir de los Acuerdos de Paz de Versalles se inició una recuperación de posguerra basada en el repliegue nacionalista, en el que cada nación miraba sólo por sus intereses. El colapso financiero de 1929 y la Gran Depresión que le siguió incrementó al máximo los niveles de hostilidad comercial internacional. Para los gobiernos, “la protección de las economías nacionales era la prioridad, independientemente de los efectos que provocase la subida de aranceles o la devaluación competitiva de divisas con el objeto de mejorar la competitividad en los mercados internacionales. Todo ello provocaba poderosos efectos inflacionarios que afectaban a una población empobrecida y desmoralizada”.
La conferencia de Bretton Woods en 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, sirvió para que las potencias trataran de “colocar los cimientos del nuevo orden mundial”, en busca de una recuperación rápida y equilibrada “basada en una necesaria cooperación entre Estados”, dando origen a instituciones como la ONU, el FMI o el Banco Mundial. Se volvió a fórmulas ya conocidas: “la estabilidad de los tipos de cambio y el multilateralismo”, pero con un cambio importante: la tutela de Estados Unidos a un nuevo orden político y económico”.
Este modelo empezó a dar señales de agotamiento con las crisis petroleras de 1973 y 1979, que marcaron un “nuevo cambio en las políticas macroeconómicas y el ascenso del neoliberalismo”. Las últimas décadas del siglo XX encaminaron al mundo a una segunda era de la globalización “con la revolución tecnológica en las telecomunicaciones, el colapso de las economías de planificación centralizada y la desregulación progresiva de los mercados de capitales”.
En este contexto, las economías emergentes de mayor crecimiento (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) “crearon en 2010 la alianza BRICS para convertirse en una alternativa al poder hegemónico que sobrevivió a la Guerra Fría”. La guerra arancelaria que acaba de empezar Donald Trump desde la Casa Blanca está causada en buena medida por “la sensación de pérdida de los beneficios alcanzados en esa segunda era de la globalización” y a la vista de la Historia, no augura nada bueno.
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