Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel – 5 nov 2024 11:20 CET
La Facultad de Ciencias de la Información ofrece, durante todo el curso, preestrenos de un buen número de las películas que llegan a las carteleras españolas. Organizados por la Escuela de Producción, que dirige el profesor Ildefonso Soriano, se suelen celebrar en el salón de actos de la Facultad y son de libre acceso hasta completar el aforo. El 4 de noviembre se ha proyectado Marco, y la sesión ha contado con la presencia de Jorge Gil Munarriz, uno de sus guionistas.
El filme narra la historia de Enric Marco, el hombre que fingió ser un antiguo superviviente de un campo de concentración y que llegó incluso a presidir la Asociación de Españoles Deportados, y dar un emotivo discurso en el Congreso de los Diputados.
Los dos directores, Aitor Arregi y Jon Garaño, se unen a los guionistas Jorge Gil Munarriz y Jose Mari Goenaga, para escribir esta historia que ya ha sido novelada, al menos en dos ocasiones, siendo la más conocida la de Javier Cercas en El impostor. Decía Cercas que su libro no iba sólo sobre Enric Marco, sino que trataba sobre la incapacidad para afrontar la realidad, sobre el inventarnos a nosotros mismos permanentemente. Algo que los guionistas de este filme se han tomado muy en serio con una historia, muy bien montada por Maialen Sarasua Oliden, en la que nos van dando pinceladas de cómo las mentiras se pueden ir engordando, durante décadas, con tal de convertirse en el centro de atención y de amplificarnos el ego.
Con una mezcla de estilo documental, con imágenes reales, y de pura ficción (incluyéndose ellos mismos en los rótulos finales), los directores crean una película muy potente sobre lo que es mentir, vivir de la mentira, y de cómo los que te rodean dejan pasar esas mentiras por complacencia, por amor o por lástima. Ahí destaca claramente el papel de Nathalie Poza, que hace de segunda mujer del protagonista, y a la que la cámara busca para que a través de ella veamos cómo esa mentira está desenmascarada mucho antes de que un historiador la haga pública.
Los directores se conocen bien de otras colaboraciones juntos como Handia, la serie Balenciaga, o La trinchera infinita, y aquí firman el que podría ser su mejor trabajo, tanto en lo formal como en el fondo.
El peso del filme recae en el papelón de Eduard Fernández, que está casi irreconocible físicamente en esa representación de un Enric Marco que camina achepado, pero al mismo tiempo con el orgullo elevado, incluso cuando se descubre públicamente que es un farsante. Si nadie se lo impide, el actor se encamina hacia su cuarto premio Goya.