‘El mundo desde el otro lado’ es el título del relato ganador de la XVII edición del concurso que convoca el Ayuntamiento con motivo del 8M

‘El mundo desde el otro lado’ es el título del relato ganador de la XVII edición del concurso que convoca el Ayuntamiento con motivo del 8M

Por La Plaza de Sanse
Su autora se llama Eva Huelmo y es alumna del curso de escritura creativa de la Universidad Popular.

Con el objetivo de invitar a la ciudadanía a reflexionar sobre las desigualdades que aún existen en nuestra sociedad entre hombres y mujeres, el Ayuntamiento convoca desde hace ya 17 años un concurso de relatos con un premio en metálico de 450 euros.

Este año, el jurado ha premiado al escrito por Eva Huelmo, alumna del curso de escritura creativa de la Universidad Popular, por su calidad, su originalidad y la descripción de situaciones que habitualmente viven las mujeres. 

EL MUNDO DESDE EL OTRO LADO

Pi-pi-pi-pi… pi-pi-pi-pi…
¿¡Las 7:30 ya!? ¡Pero si me acabo de acostar! Menos mal que por fin es viernes, aunque el fin de semana se presenta intenso: el partido de Marcos, ayudar a Sofía con su examen de inglés, preparar la comida del domingo… ¡Menudo planazo de cumpleaños! ¡El año que viene me subo a un avión y desaparezco del mapa una semana!

Salgo de la cama y arrastro los pies hasta el baño, abro el grifo del lavabo y hundo la cara entre las manos. «Mmm, nada mejor que un poco de agua fría para despejarse… ¡¡Ahhhh!!», un grito sordo escapa de mi garganta. «¿¡Qué le ha pasado a mi cara!? ¿Y mi pelo?» Debo de seguir soñando, cierro los ojos y me los froto con todas mis fuerzas. Vuelvo a abrirlos despacio, miro al espejo con miedo y ahí está otra vez: un maromo de metro ochenta, barba de dos días y una calva reluciente. No sé qué demonios me está pasando, ¿será la falta de sueño? ¿Habré perdido la cabeza por el estrés? ¿O será un tumor cerebral y no voy a llegar a los cuarenta y uno? Aún sin dar crédito abro el armario para coger el vestido negro que había dejado preparado para hoy y todo lo que encuentro son camisas y trajes masculinos. Quizá debería volver a la cama y llamar al 112, pero llevo un mes preparando la reunión de ventas y no pienso darle el gusto al imbécil de Antonio de dejarle el terreno libre, así que me coloco uno de esos trajes sobre este cuerpo ajeno que por alguna extraña razón responde a las órdenes de mi cerebro y me dirijo a la oficina.

Subo a la tercera planta y me echo un último vistazo en el espejo del ascensor con la esperanza de que el viaje me haya despejado la cabeza, pero ahí sigue él, trajeado e imponente. Entro en la sala de reuniones temiendo que alguien me pregunte quién soy, pero nadie parece extrañarse con mi llegada. «¡Qué pasa tío! Vaya cara traes, mala noche, ¿eh?», me dice Antonio. «Ehh, sí…» acierto a decir mientras enciendo el portátil y lo conecto al proyector. Empiezo mi presentación esperando que, como siempre, Antonio o alguno de los otros delegados me interrumpa y monopolice la reunión, pero pasan los minutos y solo veo miradas atentas y gestos de aprobación. «Excelente trabajo», me dice el jefe de ventas al terminar. «¡Te has salido en la reunión!», me dice Antonio dándome una palmada en la espalda. «¿Qué, nos tomamos unas cañas esta tarde para celebrarlo?». «No, lo siento, tengo que recoger a los niños en el colegio», le digo. «Macho, estás hecho un padrazo, ya puede estar contenta tu mujer, ¿eh?»

Llego al colegio y me quedo a una distancia prudencial de la puerta para evitar encontrarme con el grupo de madres de la clase de Marcos. Tengo miedo de que los profesores, o incluso mis propios hijos no me reconozcan, pero nada más verme vienen corriendo, se cuelgan de mi cuello y me llenan de besos. Mientras nos alejamos del colegio, no puedo evitar escuchar a un grupo de abuelas comentando a mi espalda: «¡Hay que ver, este hombre es una joya! Viene a recoger a los niños todas las tardes y algunos días hasta les trae la merienda y se queda jugando con ellos en el parque».
….
….
Pi-pi-pi-pi… pi-pi-pi-pi… 
Apaga el despertador de un manotazo, sin poderse creer que sean ya las 7:30 de la mañana. Menos mal que por fin es viernes, y además le espera un fin de semana intenso: partido de pádel con los vecinos el sábado, excursión en bici a la sierra el domingo por la mañana, y a la vuelta la fiesta sorpresa de 40 cumpleaños que sabe que Lucía y los niños llevan semanas preparando. 

Sale de la cama y arrastra los pies hasta el baño, abre el grifo del lavabo y hunde la cara entre las manos. «Mmm, nada mejor que un poco de agua fría para despejarse… ¡¡Ahhhh!!», un grito sordo escapa de su garganta. «¿¡Qué le ha pasado a mi cara!? ¿Y este pelo?» Tras el susto inicial se da cuenta de que debe de seguir soñando, así que cierra los ojos y se los frota con todas sus fuerzas. Vuelve a abrirlos despacio, mira al espejo con miedo y ahí está otra vez: una mujer alta, delgada y con una larga melena negra. ¿Será la falta de sueño que le está jugando una mala pasada? ¿Habrá perdido la cabeza por el estrés? ¿O será un tumor cerebral y no va a llegar a los cuarenta y uno? Aún sin dar crédito abre el armario para ponerse un traje, pero todo lo que encuentra son vestidos, blusas y demás ropa de mujer. Quizá debería volver a la cama y llamar al 112, piensa, pero esa mañana tiene la reunión mensual y sabe que con la presentación que ha preparado se va a meter al jefe de ventas en el bolsillo. Sin tener muy claro lo que está haciendo, coge un vestido negro y una americana y se los coloca sobre ese cuerpo ajeno que por alguna extraña razón responde a las órdenes de su cerebro, y se dirige a la oficina.

Sube a la tercera planta y se echa un último vistazo en el espejo del ascensor con la esperanza de que el viaje le haya despejado la cabeza, pero ahí sigue ella, seria e imponente. Entra en la sala de reuniones temiendo que alguien le pregunte quién es, pero nadie parece extrañarse con su llegada. «¡Guau, menudo vestido!» exclama Antonio, el delegado de ventas de la zona sur, haciéndole un repaso de arriba abajo. Se muerde la lengua para no soltar ninguna barbaridad, enciende el portátil y lo conecta al proyector. Empieza su presentación con voz segura, pero no ha pasado de la segunda diapositiva cuando Antonio le interrumpe y a partir de ese momento el resto de delegados monopolizan la reunión sin dejarle intervenir ni una sola vez. «Excelente trabajo, Antonio», dice el jefe de ventas al salir. «La reunión ha ido como la seda, creo que de esta me hace jefe de área. ¿Nos tomamos unas cañas esta tarde para celebrarlo?», dice Antonio con aire triunfal. Tragándose el orgullo acepta la invitación con una sonrisa forzada, pensando que dadas las circunstancias más vale tenerlo de amigo que de enemigo. «Pero… ¿y tus hijos? ¿no tienes que recogerlos del colegio? ¿Quién se va a quedar con ellos mientras tú pasas la tarde en el bar?», le preguntan sus compañeros con cierto tono de reproche. Sintiéndose culpable, llama a Lucía y le dice que esa tarde se encargará de ir a buscar a los niños.

Llega al colegio y se queda a una distancia prudencial de la puerta para evitar encontrarse con el grupo de madres de la clase de Marcos. Tiene miedo de que los profesores, o incluso sus propios hijos no le reconozcan, pero nada más verle salen corriendo, se cuelgan de su cuello y le llenan de besos. Mientras se alejan del colegio, no puede evitar escuchar a un grupo de abuelas comentando a su espalda: «Hay que ver, esta mujer parece más preocupada por su trabajo que por sus hijos. Llega siempre corriendo a última hora, y hay días que no les trae ni la merienda».

Eva Huelmo

 

La Plaza de Sanse 
 

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