Este platillo forma parte de los alimentos aptos para el ayuno cristiano. Su historia y transformación los han convertido en una tradición fuertemente arraigada en nuestro gusto y emociones.
Para hablar de los romeritos, el más humilde alimento presente en nuestras mesas navideñas, es necesario recordar que antiguamente la Navidad era una celebración caracterizada por el ayuno, la oración y el recogimiento, algo que no es sencillo de creer, dado que en nuestros días es una oportunidad para convivir alrededor de los alimentos.
La práctica del ayuno suele coincidir con las fechas o épocas en que, de acuerdo con las escrituras, la divinidad intervino en el mundo profano de manera prodigiosa, por lo que la privación voluntaria de los alimentos representa una conmemoración y una manera de purificar el cuerpo, dejándolo física y simbólicamente apto, limpio y ligero para recibir a la divinidad.
Debido a lo anterior, es necesario reflexionar, pensando en esta fiesta decembrina, que buena parte del menú tradicional actual –pavo o bacalao– pertenece al campo práctico del antiguo modo de ayunar.
Pero el menú navideño incluye también otros seres inanimados que se prestan para ser devorados sin remordimiento, como las ensaladas y los romeritos. Las plantas, por ejemplo, así como las verduras, los tubérculos y las frutas, no parecen lastimar los objetivos del ayuno convencional, por lo que fueron incorporados al banquete navideño en forma de tradicionales ensaladas verdes o de manzana y papa, cuyos aderezos se preparan con grasas de origen no animal, justo como se hacía desde la Edad Media y el Renacimiento, bajo el esquema eclesiástico-civil de los días magros (de observancia) y los días grasos (comunes). Debido a ello, podemos entrever que los romeritos arribaron a las mesas navideñas como alimentos aptos para el ayuno, aunque actualmente ya no pensemos mucho en ello.
Estas plantas forman parte de la familia de los quelites, palabra náhuatl utilizada para caracterizar múltiples especies de hierbas verdes comestibles, aunque desafortunadamente no contamos con recetas previas a la invasión europea, pero es verosímil pensar que se preparaban con chile y quizás formando tortitas con ellos, conformando así un molli o guisado.
Actualmente, se suelen preparar con nopales, mole y camarones, pero esta versión tuvo su origen en el mestizaje novohispano y, debido a su sencillez y pobreza, pronto se posicionaron como alimento propio para el ayuno, dado que no amenazaban ninguna regla ligada a la aptitud y el sacrificio.
Para el siglo XVIII esta y otras preparaciones eran conocidas como “revoltijos” o “revoltillos”, palabras que denominaban a ciertos alimentos preparados con ingredientes humildes y “fritadas de pimientos y tomates revueltos”. Por ejemplo, en el convento franciscano de San Fernando, en la Ciudad de México, Fray Gerónimo de San Pelayo preparaba hacia 1780 revoltijos aptos para el ayuno al mezclar garbanzos, espinacas, papas y camarones.
El nombre de “romeritos” que hoy utilizamos, se debe al parecido de las hojas de estos quelites con las puntas del aromático romero, popularizándose hacia 1831. En aquel México, recién nacido, se cocinaban en pipián con tortitas de ahuauhtle, ciertos huevecillos de un insecto lacustre.
Finalmente, preparados y con los conocimientos que nos permitirán otorgarles mayor sabor y significado a nuestros humildes y deliciosos romeritos, comámoslos armoniosamente en la mesa para conmemorar en abundancia la llegada del Niño Jesús al mundo, sin olvidar que con ello compartiremos con Él un poco de su pobreza y deseos de compartir.
*Crédito: Imagen generada con la asistencia de ChatGPT