El miedo no es solamente una emoción; cuando se migra, también es un mecanismo de control, sometimiento y violencia. Entre octubre 2024 y abril 2025, y tras la victoria electoral de Donald Trump en EE. UU., los cambios en la política migratoria y el flujo de personas en la región, la situación de las personas migrantes en el corredor migratorio latinoamericano se volvió aún más precaria. En distintos puntos de México y Guatemala hemos proporcionado más de 2.200 consultas individuales de salud mental y 251 atenciones bajo el enfoque mhGAP, que se utiliza para casos severos que requieren de un tratamiento psicofarmacológico.
23/06/2025
*Camina el migrante, su meta sigue enfrente,
pero al cruzar la línea, descubre de repente
que el miedo sigue ahí, respirándole de cerca.
Por Sergio Pérez Gavilán, responsable de comunicación de proyecto, MSF México y Centroamérica
Desde la casa en la que se convirtió insoportable pasar un día más, desde que empacas una mochila sin saber si algún día vas a regresar o, incluso, sobrevivir. El miedo es una emoción que transversa la experiencia migrante. Primero, como instinto, pero luego puede convertirse en enfermedad. A lo largo de la ruta migratoria, Médicos Sin Fronteras somos testigos de cómo el sufrimiento físico, verbal o psicológico, se convierte en un miedo que paraliza al que lo siente, pero produce para el que lo genera -ya sean actores políticos, del crimen organizado o una población falta de empatía-.
En la experiencia migratoria, el miedo pronto deja de ser una emoción para convertirse en una moneda de cambio: un precio que se paga dólares, pesos o euros. A veces, incluso, precede al dinero: es el primer precio real de una ruta que tal vez no ha comenzado, pero que seguirá cobrándose tiempo después de haber migrado.
En Tapachula, frontera sur de México, Viridiana cuenta que el terror comenzó en su casa. “Mis hijos fueron testigos de todo”, narra a nuestros equipos de trabajo social en uno de los albergues de la ciudad. “Salí de mi país, nunca pensé estar acá… no sabía ni para dónde iba, solo sabía que quería salir porque ya venían amenazas del papá de mi hijo que si me veía o me encontraba con alguien me iba a quitar la vida”.
“Tengo una cortada en mi rostro”, explica Viridiana, “tengo dos puñaladas en mis piernas, tengo un golpe con un revólver en mi cabeza, tengo un golpe en mi nariz con un plato de vidrio, tengo muchas cosas que son visibles que no las puedo, borrarlas no las puedo, también del corazón, solo Dios las puede sanar”.
A lo largo de la ruta, equipos expertos en salud mental trabajan con perfiles de personas que han sufrido violencia física, psicológica o sexual en sus lugares de origen o en la ruta. En ciudades como Esquipulas, en Guatemala, y Tapachula, Ciudad de México, Reynosa o Matamoros, en México, entre otras, historias como las de Viridiana son una escalofriante normalidad de un fenómeno que no es accidente sino sistémico.
“Desde la perspectiva de salud mental, el miedo lo vemos reflejado en las historias clínicas, sí, pero también va mucho más allá de lo que se puede registrar como un simple síntoma”, comenta Alejandro Alvarado, nuestro coordinador de actividades de salud mental en Reynosa y Matamoros. “Hay dos formas de entender el miedo. La primera es como una emoción natural ante una amenaza: por ejemplo, si veo una serpiente, puedo reaccionar activándome para huir o defenderme, o paralizarme. Ambas son respuestas normales de mi cuerpo. Es un miedo útil, adaptativo”.
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Ennys Acosta, migrante venezolana en Esquipulas, Guatemala. «Salí del país el 25 de marzo porque estaba en crisis. No ha sido un viaje fácil, pero con la ayuda de Dios todo es posible y ahora estoy aquí contando mi historia. Salí por Necoclí, una zona de Colombia, y al día siguiente conseguimos adentrarnos en la selva. No fue fácil porque llovió y tuvimos que acampar en la montaña sabiendo que teníamos el riesgo de que los ríos crecieran y estar expuestos a cualquier animal. Viajo con mi padre, mi madre, dos hijos y nuestra mascota. Estamos luchando por una vida mejor».© Fernando Alvarado/MSF
Sin embargo, una vez que el miedo se utiliza como un medio para manipular y someter a las poblaciones migrantes, se convierte en una patología. “Cuando ese miedo se mantiene en el tiempo, deja de ser una reacción normal”, continúa Alvarado. “Se convierte en un estado constante, crónico, y ahí es cuando empieza a tener un impacto en cómo funcionamos en el día a día. Se patologiza. Así como la tristeza prolongada puede derivar en depresión, el miedo sostenido puede volverse incapacitante. Ya no es solo una emoción; empieza a afectar nuestro desarrollo socioemocional y nuestra capacidad de vivir o sobrevivir en nuestro entorno”.
Desde la ciudad de Esquipulas, en Guatemala, en la frontera con Honduras, Paula cuenta que decidió no seguir su ruta para no seguir enfrentándose a las condiciones de extrema violencia que ya había enfrentado anteriormente con sus hijos. “Nosotros ya llegamos a México, estuvimos en México, pero solo en Tapachula. De ahí de verdad no seguimos por el temor que decían que secuestraban, que, si no te agarraba migración, te agarraba el cartel de México”, contaba Paula fuera de nuestro centro de atención móvil. Ella, desde el Darién fue superviviente de violencia sexual, mientras bandas armadas amenazaron a su hijo de cuatro años. “A él [su hijo], en la misma selva le pusieron una pistola en la cabeza. Menos mal que él es inocente de que todavía no entiende muchas cosas, pero a él lo pusieron le pusieron una pistola al niño por amenazar al papá”.
La familia de Paula intentó hacer el proceso de asilo desde México, sacando su cita de CBP One a inicios de 2025 para cumplir con los requerimientos legales, pero una vez que la nueva administración de Estados Unidos decidió cancelar el programa el 20 de enero, sus planes de vida debieron cambiar de nuevo. “Ya lo he ido como sabiendo asimilar”, contó meses después de la suspensión del programa, “pero a mí sí me dolió mucho saber que iba a hacer la misma travesía que fue de subida y otra vez (de regreso), pero sin nada”. El dolor de cambiar el proyecto de vida se consuma en que, para Paula, su persecución aún no termina: “Ahora estoy bien, pero en otros momentos estoy, así como cuando sabes que hay alguien detrás de ti, prácticamente como un enemigo”.
La experiencia de Paula ilustra precisamente lo que dice Alvarado. “El miedo no responde necesariamente a una amenaza visible”, añade desde su base en la frontera entre México y Estados Unidos, “sino a experiencias traumáticas previas o al contexto en el que viven. Es un miedo constante y anticipatorio, no por lo que ya ocurrió, sino por lo que podría pasar en cualquier momento”.
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Yajanis es venezolana, limpiaba ventanas en Tapachula, estado de Chiapas, al sur de México, para alimentar a sus hijos. Se unió a una caravana con la ambición de llegar a Ciudad de México y conseguir que sus hijos fueran a la escuela.© Yotibel Moreno/MSF
En casos como estos, el miedo deja de ser una emoción transitoria y se convierte en una condición incapacitante. Aunque no es la única, es una característica presente en la mayoría de los casos de salud mental que atendemos, y ocasiona no solo un gran sufrimiento, sino también múltiples complicaciones durante el esfuerzo que hacen terapeuta y paciente para recuperar la estabilidad mental. Como parte del enfoque integral de atención que brinda MSF, una herramienta importante es el programa mhGAP, una iniciativa creada por la OMS que capacita a personal médico y de psicología para brindar apoyo de nivel psiquiátrico en contextos donde no hay psiquiatras, acceso a servicios especializados ni medicamentos. Este protocolo se activa cuando las intervenciones terapéuticas no son suficientes, y permite integrar evaluación médica, acompañamiento psicológico y, cuando es necesario, tratamiento farmacológico.
“Lo que buscamos es expandir las posibilidades de tratamiento para las personas”, explica Alvarado, “ofrecer un tratamiento integral, con el consentimiento de la persona y adaptado a su realidad”. Entre octubre 2024 y mayo 2025, nuestros equipos de salud mental en Guatemala, Reynosa y Matamoros, CDMX y Tapachula realizaron más de 2.200 consultas individuales, y se dio atención de inicio y seguimiento a más de 240 casos bajo criterios de mhGAP. Pero más allá de los números, el mayor reto es el seguimiento: muchas de las personas atendidas continúan en movimiento o viven en condiciones de alta rotación, lo que impide dar continuidad a procesos terapéuticos que requieren tiempo.
Por eso, además de mhGAP, trabajamos bajo un enfoque más amplio de salud mental y apoyo psicosocial (SMAPS), que busca responder desde lo comunitario antes de que el sufrimiento se convierta en patología. No todas las heridas son visibles. Pero cuando el miedo amenaza con volverse permanente, la atención humanitaria debe encontrar caminos de recuperación donde las fronteras se han cerrado por el prejuicio y la xenofobia.
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Rosendo Reyes, nicaragüense de 55 años, actualmente en Esquipulas, Guatemala. «Me fui de Nicaragua por la situación del país. Soy pintor y jardinero. No tengo familia; nunca me casé. Llevo dos meses en Esquipulas porque estoy trabajando para ganar dinero. Tengo un problema de visión y necesito gafas para leer. A veces como y a veces no como. Con mi edad, me resulta difícil trabajar; aunque tenga la capacidad, es complicado. En Esquipulas, la gente me ha ayudado a salir adelante. Mi sueño es encontrar un trabajo y superarme. Si pudiera comunicarme con mi madre le diría que estoy bien».© Fernando Alvarado/MSF
Llamamiento MSF
Médicos Sin Fronteras trabajamos con personas en tránsito a lo largo del corredor migratorio latinoamericano, brindando atención en salud mental, trabajo social, promoción de la salud y atención médica primaria.
Hacemos un llamamiento a las autoridades, organizaciones humanitarias y actores de la sociedad civil a no seguir precarizando la salud mental de las personas en movilidad, y a asumir un rol activo en la construcción de entornos seguros que promuevan su bienestar físico, psicológico y emocional.