Las bajas derivadas de incapacidades temporales (IT) por causas psicosociales y psiquiátricas siguen en ascenso desde la pandemia y nada hace pensar que este proceso creciente frenará. Concretamente, según informa el Instituto Nacional de la Seguridad Social habrían aumentado nada menos que un 72%, hasta las 643.681 en 2024, aupadas mayoritariamente por patologías leves de depresión y ansiedad, según una publicación en la revista especializada Prevencionar (se intitula: ‘Salud mental y trabajo, como cuidar la salud mental en el trabajo y no perder la cabeza en el intento’).
Ocho de cada diez bajas laborales por salud mental pertenecen a trastornos menores (estrés, ansiedad, trastornos adaptativos, depresión menor), un 10% corres a consumos de tóxicos. Además, como es bien conocido igualmente, estas bajas pertenecen al tipo de las de mayor duración, pues el promedio de baja por cuestiones de salud mental supera los 100 días (108 días), la tercera más larga, tras los tumores o los procesos cardiovasculares, por lo que son bajas de larga duración, las que están hoy en el ojo del huracán de las críticas empresariales y de las iniciativas de reforma política y legislativa, contestadas a su vez sindicalmente.
El problema se produce en los diferentes sectores de actividad y en las diversas profesiones, con mayor cualificación y mejores condiciones retributivas, con la mayor presión por ritmos intensos de trabajo, también en contextos de precariedad laboral. Cierto, hay quien pone de manifiesto que estamos en un tiempo de exceso de psicologización (no tanto psiquiatrización) de todas las esferas de vida, desde la educación de juventud (6 de cada 10 personas jóvenes habría tenido problemas de salud mental) hasta el afrontamiento de nuestros estados emocionales y de salud, lo que llevaría, a su vez, tanto a una patologización extrema de los estados típicos emocionales y, a menudo, por la falta de servicios de psicología, a la medicación y el enorme desarrollo de la industria de los psicofármacos. Al igual que hallamos un creciente auge de la soledad y el aislamiento social (con elevado coste sanitario y altas pérdidas de productividad) en paralelo a su conversión en un gran negocio.
Pero el problema del incremento de las bajas por causas psicosociales, en una mayor o menor medida, es real, muy real, más en unos sectores de actividad que en otros. En efecto, su presencia en todos los ámbitos no debe infravalorar que ciertos sectores de empleo público profesional mantienen una tasa de prevalencia mayor, como Sanidad y Educación. No es nada desconocido, pues hace décadas que los estudios inciden en estas prevalencias sectoriales, que vienen reclamando medidas efectivas, pero que, sin embargo, no se producen (lo confirma la STS, 4ª, 315/2025, 8 de abril). Por ejemplo, el Programa de Atención Integral al Médico Enfermo registra que ¼ parte de los facultativos que solicitan ayuda lo hacen sobre todo por trastornos adaptativos. Lo reafirma un estudio del Instituto de Salud Carlos III publicado en 2024: un 24% del personal médico sufriría el síndrome de burnout (derivado de un estrés crónico laboral).
En esta misma situación, o incluso más deteriorada, se encontraría el personal de enfermería. «El sistema nos exprime hasta dejarnos vacías», denunciaba hace pocos días una enfermera en una carta a la directora de un conocido periódico de la que, al tiempo, se ha hecho eco una célebre cadena de radio. Lo explica de forma angustiada, pero muy sintética e ilustrativa: «Más pacientes, menos manos, recursos desviados, ojeras que reflejan turnos eternos, otro día más». La presencia de factores de riesgo psicosocial es evidentes (sobrecarga de trabajo, ritmos intensos, jornadas prolongadas, etc.). El resultado es esperable: «Y yo soy solo una enfermera agotada en un sistema que nos exprime hasta dejarnos vacías. ¿Han conseguido robarme mi vocación?».
Quizás menos dura y extendida, pero no menos relevante, ni tan disímil, parece la situación en otro sector de empleo público profesional esencial, el educativo. En este sentido, la mitad del profesorado (49,5%) considera que padece un desgaste emocional significativo por las condiciones en que deben desempeñar el trabajo, de conformidad con recientes estudios e informes también para este sector, otro clásico de los análisis de los factores y riesgos psicosociales. Una vez más paradójicamente, pese a este escenario de desgaste psicosocial, tres de cada cuatro profesionales de la docencia se declaran personas satisfechas con su oficio y apenas 1 de cada 10 piensa en abandonarlo, como por ejemplo anticipando su jubilación. Así se deriva de la Encuesta publicada por la Federación de Enseñanza de Comisiones Obreras y elaborada por la firma Demométrica, basada en 1.042 entrevistas con docentes de Infantil, Primaria, ESO, Bachillerato y Formación Profesional).
Otros Estudios. En este sentido, de un lado, el informe de Educo y la Fundación SM, ‘Mejorando la protección y el bienestar en las escuelas’, que concluye que profesorado y alumnado padecen un deterioro emocional generalizado. Por el lado del profesorado, el Educo-barómetro del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo (IDEA) de la citada Fundación SM, el 37% de los/as maestros/as sufren agotamiento y 39% ansiedad o depresión.
El informe indaga, a través de un estudio cualitativo (grupos de discusión con profesorado y alumnado, entrevistas y talleres lúdicos en Madrid, Cataluña, Valencia y Galicia), en las causas del deterioro del bienestar en los colegios (sobrecarga laboral, complejidad del alumnado, pérdida de autoridad, etc.). Los dos principales en el alumnado sería la falta de tiempo de calidad con los padres y el uso excesivo de la tecnología. En una línea análoga, según el Barómetro de Opinión de la Infancia y la Adolescencia 2023-2024 de Unicef, cuatro de cada diez jóvenes de entre 13 y 18 años cree haber tenido un problema de salud mental en el último año y la mitad no pide ayuda.