Josefa Ros Velasco (La Alberca, Murcia, 1987) es una de las mayores expertas de Europa en el estudio del aburrimiento. Doctora en Filosofía y Premio Nacional de Investigación Joven en 2022, en el área de Humanidades, por su investigación del aburrimiento en las residencias de mayores, cierra con la charla ‘Me aburro. Haz pis, caballito’ el primer semestre de 2025 del ciclo de conferencias ‘El mundo en que vivimos’, que cada año organiza la Concejalía de Educación en colaboración con la UNED de Rivas (jueves 8 de mayo, 18.30, en el Cerpa). Conversar con la autora del libro ‘La enfermedad del aburrimiento’, que a finales de año publicará ‘La enfermedad de la vejez’, es de todo menos soporífero.
¿Cómo define el aburrimiento una investigadora del aburrimiento?
Como un estado de malestar que experimentamos, tanto las personas como los animales con suficiente grado de desarrollo cognitivo, cuando la situación en la que nos encontramos inmersos, o una actividad con la que intentamos comprometernos, no nos estimula adecuadamente. Se traduce en una sensación de falta de significado. De emplear tu tiempo en algo que para ti no tiene valor.
¿Cuáles son los mitos más arraigados al respecto?
Hay muchísimos. El que más detesto es que el aburrimiento potencia la creatividad. O que necesitamos aburrirnos para ser más creativos. Esas afirmaciones revelan el desconocimiento sobre el proceso psicológico detrás de la experiencia del aburrimiento. Cuando nos aburrimos siempre sentimos dolor.
El aburrimiento no es placentero.
Ese es otro mito, que el aburrimiento, a veces, es placentero. Ese dolor trata de mover en nosotros un cambio en la situación presente que no nos estimula adecuadamente. Pero ese cambio no tiene que ser ni original, ni creativo, ni innovador. Normalmente, cuando nos aburrimos, el cambio que introducimos en el contexto remite a un catálogo de opciones ya conocido: algún tipo de actividad que ha demostrado en el pasado ser eficaz para hacernos sentir que estamos llenando el tiempo de forma valiosa. Cuando te aburre una serie, pasas a ver otra, abres un libro o sales de paseo. Y en eso no hay un ápice de creatividad.
¿No es un proceso reflexivo?
Normalmente, no. No iniciamos un proceso reflexivo que nos permita tomar conciencia sobre qué es lo que nos está aburriendo, desplegar ante nuestros ojos las opciones con las que podríamos introducir ese cambio y evaluar cuál es más eficaz a largo plazo. Eso conlleva un gasto energético que nuestro cerebro no puede permitirse. Y nuestro cerebro, que funciona como un algoritmo, inconscientemente selecciona una opción del pasado.
«No necesitamos aburrirnos para ser más creativos. Esas afirmaciones revelan el desconocimiento sobre el proceso psicológico detrás de la experiencia del aburrimiento. Cuando nos aburrimos sentimos dolor»
¿Más mitos?
El aburrimiento ayuda a nuestro cerebro a descansar, desconectar y relajarse: no es cierto. Confundimos aburrimiento con descanso. Es todo lo contrario. Cuando te aburres, tu cerebro se pone a trabajar como loco para dar rápidamente con esa opción que haga desaparecer el aburrimiento. Y lo que es peor, si el cerebro no encuentra una opción en un tiempo razonable, o da con una que no puedes poner en práctica, se produce un estado de frustración.
No necesitamos tiempo para aburrirnos.
Lo que necesitamos es más tiempo para no hacer nada y descansar, si es eso lo que queremos. Con ese estar sin hacer nada, si lo eliges tú, porque te ayuda a desconectar de las obligaciones y el ritmo acelerado del día a día, no vas a sentir dolor. Vas a sentir que es todo lo que necesitas en ese momento. Esa circunstancia te estimula adecuadamente.
Prohibido decirle a nuestra infancia: ‘Aprende a aburrirte, que es bueno’.
Es un sin sentido. Los niños se aburren con mucha facilidad. Antes hablábamos del catálogo de opciones para ir llenando el tiempo de forma significativa. Pero ese catálogo se consolida según maduramos. Los niños están en pleno descubrimiento, y por eso hoy les gusta el kárate, mañana quieren hacer ping pong y al día siguiente ninguna de las dos actividades.

Josefa Ros Velasco, autora del libro ‘La enfermedad del aburrimiento’.
¿Y qué pasa si nos les prestamos atención?
Cuando te advierte de que se está aburriendo, en realidad te dice: ‘No tengo muy claro cómo podría llenar mi tiempo de forma valiosa’. Y al final descubrirá opciones con las que llenar el catálogo, pero es posible que sean opciones que no te gusten: maltratar animales en el parque o, cuando son más mayores, beber alcohol o tontear con las drogas.
La persona adulta ha de esforzarse cuando es reclamada.
Cuando el niño reclama atención, el adulto debe hacer un pequeño esfuerzo, no para convertirse en su opción de entretenimiento, sino para orientar y abrirle el abanico de posibilidades. Eres adulto y sabes que hay más alternativas para disfrutar y estimularse. Y esa actividad que rompe el aburrimiento estará en línea con los valores o estilo de vida saludable que quieres inculcarle. Más nos vale hacer el esfuerzo, aunque estemos cansados, de ayudarle a construir ese catálogo que ignorarlo pensando que el niño, por sí solo, todas las opciones que introduzca serán positivas.
«Cuando el niño reclama atención, el adulto debe hacer un pequeño esfuerzo, no para convertirse en su opción de entretenimiento, sino para orientar y abrirle el abanico de posibilidades»
Y qué pasa con ese aburrimiento institucionalizado y cronificado en muchas vidas, por ejemplo, los empleos repetitivos y no creativos. Ahí hay un socavón social.
Es terrible. El aburrimiento se convierte en un tema de estudio científico a principios del siglo XX porque hay un problema respecto a la psicología laboral. El hecho de que algo sea repetitivo no necesariamente tiene que conducir al aburrimiento. Si esa actividad monótona, tiene significado y es valiosa para nosotros, no tiene por qué aburrirnos. Nadie podría estar con la misma persona de pareja toda la vida. No practicarías el mismo deporte durante años. O no tocarías el mismo instrumento. El problema está en que, lejos de lo que se suele pensar, uno se aburre más cuando hace cosas por obligación que cuando no hace nada por obligación. Y en el trabajo hacemos muchas cosas por obligación. Y muchas no son valiosas para nosotros.
Ahora se promueve mucho el entorno laboral saludable.
Sí, que a los trabajadores se les explique por qué lo que hacen tiene valor y qué aporta a la empresa, para que de alguna forma pueda entender que lo que hace sí tiene valor. Si no se te explica, simplemente se te dan órdenes, te dicen que lo quieren antes de un determinado tiempo y hay muy poco margen para que sientas que aportas algo, al final esa actividad se convierte en una mera obligación sin sentido. Eso, al final, aburre y se cronifica. Y te sentirás quemado, reaccionarás de manera hostil y puede que tu propio trabajo no lo hagas bien.
¿Qué se sabe de la historia del aburrimiento, nos aburrimos de manera diferente ahora que hace 300 años?
Las causas del aburrimiento son distintas, pero el sentimiento de fondo, lo que uno experimenta, esa sensación de pérdida de tiempo, es igual a lo largo de la historia. Son distintas las situaciones a las que nos exponemos. Se ha demostrado que cada vez aguantamos menos tiempo en las redes sociales, porque están empezando a aburrirnos, a ser demasiado conocidas y resultarnos inadecuadamente estimulantes. Eso hace 100 años no lo teníamos.
«Se ha demostrado que cada vez aguantamos menos tiempo en las redes sociales, porque están empezando a aburrirnos, a ser demasiado conocidas y resultarnos inadecuadamente estimulantes»
También cambia la experiencia respecto al pasado y cómo reaccionamos ante ella.
Ahora mismo estamos en una de las peores etapas en cuanto a reacción. Vivimos con la sensación de haberlo visto ya todo. La capacidad de responder creativamente frente al aburrimiento en la antigüedad parece que es más generosa y amplia que en la actualidad. Vivimos un tiempo donde domina el pensamiento de que ya no vamos a inventar nada nuevo. Y está el problema de que cada vez delegamos más en los algoritmos. Ni si quiera nuestro cerebro accede inconscientemente al catálogo de opciones. Ahora es un algoritmo, detrás de una pantalla, que te dice cómo llenar tu tiempo de la forma que considera que te vas a sentir satisfecho en función de lo que les han enseñado. Se está debilitando nuestra capacidad de reacción, de construir un catálogo de opciones. Pero la experiencia de fondo siempre ha sido la misma.
También se centra en conocer la experiencia del aburrimiento en las personas mayores que viven institucionalizadas, en residencias. ¿Qué ha descubierto?
He entrevistado a 405 personas mayores usuarias de 20 residencias de España. Y a cerca de 500 trabajadores. El aburrimiento tiene distintas variantes en función de las personas. Hay quienes llegan a la residencia padeciendo un estado previo de aburrimiento importante, que surgió, por ejemplo, en el momento de la jubilación, cuando dispones de más tiempo y no has llegado con ese catálogo de opciones al que puedas recurrir para ocupar el tiempo. Te dedicabas a trabajar, y punto. También están quienes sí tenían opciones para ocupar su tiempo, pero algún suceso sobrevenido o traumático, como enviudar, quedarse en silla de ruedas o el mismo traslado a la residencia, les bloquea su catálogo de opciones. Y para esto necesitas la ayuda de un profesional de la salud mental, para desbloquear un poco y reajustar las expectativas en función de lo que puedes hacer. Con ningunos de esos dos grupos trabajo yo, donde el aburrimiento tiene un carácter endógeno o patológico, que nacen desde la propia situación del individuo. Me interesa más el aburrimiento exógeno, el impuesto. Porque mi background no es en ciencias de la salud mental, sino en sociología y filosofía.
¿Qué sucede con esas personas?
Me interesan las personas que llegan a las residencias porque necesitan algún tipo de apoyo para poder desenvolverse en las necesidades primarias del día a día (alimentarse, ducharse…), pero que cognitivamente están bien y llegan con un catálogo de opciones bastante bueno. Opciones que sería perfectamente posible poner en práctica en la residencia con que hubiese un poco más de personal laboral y un poco más de manga ancha y flexibilización con los protocolos de seguridad.
«Se ha demostrado que personas con una alta propensión al aburrimiento tienen una esperanza de vida más corta. Esa conclusión tiene todo el sentido del mundo. Lo he visto en las residencias»
¿Por ejemplo?
Una persona te dice: lo que me gusta muchísimo hacer por las tardes, y lo que me da significado y evita el aburrimiento, es ponerme delante de mi televisión y ver cuatro horas de telenovelas. Lo que hacía en su casa. Problema: en la residencia puedes tener televisión en tu habitación, pero a lo mejor tienes que estar en un salón compartido con cien personas a determinadas horas, algunas hablando, con una tele en la lejanía que no escuchas bien… Ante eso: llévame a mi habitación que quiero ver la telenovela. Respuesta: no podemos llevarte y traerte cuando tú quieras. Sois muchos. Y somos pocos trabajadores. Pues ya estás condenando a esa persona a no poder decidir cómo quiere llenar su tiempo. A cambio le ofreces: por qué no te vienes al taller de manualidades para la Navidad. Y a lo mejor es una persona con 90 años que no le apetece colorear manualidades, quiere hacer lo que ha hecho toda su vida o los últimos años.
Faltan recursos e inversión.
Con un poco más de inversión podríamos brindar una atención más personalizada. Se nos llena la boca desde las administraciones de que vamos a ofrecer una atención centrada en la persona y queremos hacerlo con los recursos del modelo biomédico de hace 20 años. No puede ser. O no presumimos más de esto o, si queremos perseguirlo, necesitamos más recursos. Es solo un ejemplo. Hay otros. Alguien a quien le gusta tejer jerséis de lana con agujas. ‘No, aquí no puedes hacerlo porque te puedes pinchar’. Una persona que igual te responde: ¿sabes la de veces que me he pinchado en esta vida? Lo que me interesa, a nivel institucional, es cómo podemos flexibilizar este escenario y aportar para que esas personas puedan seguir decidiendo, puedan tener agencia sobre cómo quieren llenar su tiempo.
¿Quien se aburre constantemente se muere antes?
Es la conclusión de un estudio longitudinal que se hizo durante dos décadas. Se demostró que personas con una alta propensión al aburrimiento tienen una esperanza de vida más corta. Esa conclusión tiene todo el sentido del mundo. Lo he visto en las residencias. La persona que se encuentra aburrida constantemente se mueve mucho menos y está menos activa, tiene una vida más sedentaria, desarrolla hábitos de vida poco saludables y suele sufrir trastornos del sueño o alimenticios. Son personas que se retrotraen y no interactúan. Y eso conlleva un deterioro cognitivo. En las personas mayores, estar aburrido constantemente aumenta la dependencia. Y un aumento de la dependencia supone más gasto público.

Josefa Ros Velasco es una de las mayores expertas del mundo en estudios del aburrimiento.
¿Sucede también con la población en general?
La persona que se aburre constantemente suele desarrollar una conducta de carácter adictiva, suele ponerse en riesgo no solo físicamente, sino, por ejemplo, su capital económico. El aburrimiento sostenido en el tiempo nos lleva a hacer muchas tonterías y a conductas desadaptativas e insalubres. Por eso viven menos las personas que se aburren siempre.
¿De dónde le viene la curiosidad por estudiar el aburrimiento?
Me aburro mucho. He encontrado la forma de llenar mi tiempo de manera significativa estudiando el aburrimiento. Se me juntó el hecho de que me aburro con facilidad con el de que tengo un miedo patológico a la vejez y la muerte. Figurarme la sensación de cómo sería pasar los últimos años de mi vida arrastrando las dolencias propias del proceso de envejecimiento y muriéndome de aburrimiento. También influyó la experiencia que viví, a los 18-20 años, cuando tuvimos que ingresar a mi abuela en una residencial. Pegó un bajón radical. Se quejaba de las actividades que hacían en la residencia. Decía: ‘Esto parece una guardería, nos tienen haciendo cosas para niños pequeños’. Mi abuela era una persona muy sencilla. Tenía unas opciones muy simples para ocupar su tiempo. Pero no eran pintar dibujos Disney. Me imaginé a mí misma así y pensé: qué mal, pasar los últimos años de tu vida durmiendo por desesperación.
«Yo me aburro mucho. He encontrado la forma de llenar mi tiempo de manera significativa estudiando el aburrimiento. Se me juntó el hecho de que me aburro con facilidad con el de que tengo miedo patológico a la vejez y la muerte»
Y dice que se aburre con facilidad.
Sí, pero eso no es malo. Al contrario. No es cierto eso de que quien se aburre es porque es tonto o está falto de creatividad. De eso nada. Quienes dicen que no se aburren nunca, ojo, a lo mejor no tienen filtro y se contentan con todo. Quien se aburre mucho, en cambio, puede ser muy exigente y no le dedica su tiempo a cualquier cosa. Cuando me siento obligada a dedicarle mi tiempo a algo que no tiene valor, el aburrimiento en seguida me toca a la puerta. Y, además, soy hipervigilante de este estado, en seguida detecto cuando me está visitando.
¿Queda mucho campo aún por investigar sobre el aburrimiento?
Muchísimo. No paran de salir nichos. Fundé en 2021 la primera sociedad científica del mundo para el estudio del aburrimiento, para conectar a quienes nos dedicamos a esto desde distintas disciplinas. Un grupo de investigación canadiense estudia ahora qué pasa a nivel neurofisiológico en nuestro cerebro cuando nos aburrimos constantemente y no somos capaces de construir un catálogo: descenso de la dopamina o serotonina, problemas en los neurotransmisores y en el sistema de activación reticular. Otro nicho es el del aburrimiento animal. Los zoólogos están estudiando cómo afecta el aburrimiento crónico a los animales que viven en cautividad: ratones de laboratorio, animales de zoológico o que viven en macrogranjas. Y se investiga, por ejemplo, cómo afecta el aburrimiento no tanto a su bienestar como a la calidad de la carne de esos animales. Yo abrí el nicho del aburrimiento en la gerontología y la geriatría, pero los investigadores estamos a tope abordando muchos campos.