Texto: Jaime Fernández – 24 abr 2025 14:16 CET
El 23 de abril, dentro de las actividades de la Semana de las Letras, la Facultad de Filología ha acogido un acto homenaje a la autora de Olvidado rey Gudú, en el que han participado la decana Isabel Durán, el vicedecano de Cultura, Relaciones Institucionales y Biblioteca, Emilio Peral, y la profesora de la Universidad de Sevilla, Isabel Clúa. La decana aseguró que este evento, que coincide con el centenario del nacimiento de Ana María Matute, es “un acto de memoria, de homenaje y de celebración”.
Emilio Peral realizó un panorama general bastante exhaustivo de la obra y de la vida de Ana María Matute, desde su nacimiento en Barcelona en 1925 hasta la actualidad, cuando “sigue siendo un autora que debe ser reivindicada y colocada a una altura que, desgraciadamente, todavía no ocupa”, especialmente por “la originalidad de sus propuestas narrativas”.
Desde sus inicios, de acuerdo con el vicedecano, no se adecuaba al patrón de lo social tan en boga en los años cincuenta del siglo XX, “y no fueron pocos los críticos que la censuraron por su exceso de imaginación, de lirismo, de adjetivación, de autobiografismo y hasta por su barroquismo lingüístico”, en sus trece novelas y sus trece libros de cuentos.
A pesar de eso, también ha habido “muchas escritoras que la han considerado una maestra”, entre ellas Almudena Grandes, Mercedes Soriano, Rosa Montero o Espido Freire.
Peral leyó declaraciones y textos de Ana María Matute, en los que hacía una “defensa de un mundo tan singular como coherente”, y aseguró que a la escritora le hubiera gustado que los asistentes a una conferencia como esta salieran “un poquito más amantes de la palabra, de la literatura, y, por tanto, un poquito más jóvenes e inocentes, y menos hipócritas”.
Isabel Clúa reconoció no ser “especialista en Ana María Matute, pero sí una gran lectora y una gran fan de ella”. Aseguró que la escritora es una autora “muy querida, sobre todo por la parte que quizás es la más estrambótica, o la más inusual, la de su narrativa que es una fantasía neomedieval”. Y aunque en los sistemas educativos se la sigue estudiando por su relación con la generación del 50, a Clúa, esa parte final de los libros de Matute es la que más le gusta, la que siempre le ha enganchado, “como una niña, como una adolescente, y que tiene mucho que ver con un 23 de abril, el día de Sant Jordi”.
La profesora de la Universidad de Sevilla se centró, por tanto, en esa fantasía, “que está, sin duda, en toda la narrativa de Ana María Matute, pero que brilla o se concreta de forma específica en tres novelas de momentos dispares: La torre vigía, Olvidado rey Gudú y Aranmanoth”.
Considera Clúa que Olvidado Rey Gudú, su preferida de las tres, “es una brutalidad, es un punto de inflexión en el panorama narrativo español de los años noventa”. Pero, como aseguró la propia Matute en su discurso de ingreso en la RAE, para ella no supuso tal ruptura en su obra, sino que siempre había creído que “la imaginación y la fantasía son muy importantes, puesto que forman parte indisoluble de la realidad de nuestra vida”.