Europa promueve el primer sello de carbono para la pasta y la cerveza

Europa armoniza la agricultura sostenible en productos como el pan, la pasta o la cerveza con el primer sello europeo de cereales bajos en emisiones

Un consorcio europeo, liderado por la Universidad de Córdoba, está trabajando en un certificado de bajas emisiones para cereales como el trigo o la cebada. Una medida que podría beneficiar a los agricultores que utilizan prácticas sostenibles, y reducir la huella de carbono de la agricultura, que sigue siendo responsable del 10% de las emisiones de gases efecto invernadero (GHE) en la Unión Europea.

Los cereales son estratégicos para Europa, que produce más de 250 millones de toneladas al año. Además, se usan para fabricar todo tipo de productos, como el pan, la pasta o la cerveza, por lo que depender del suministro de otros países, como Ucrania y EEUU, podría suponer un riesgo para Europa. Pero esa necesidad de producir todo lo posible, puede chocar con el Pacto Verde Europeo y los objetivos climáticos de la Agenda 2030 si no se hace de manera responsable.

La producción de cereales en Europa sigue teniendo una huella de carbono importante. El impacto sobre el medioambiente se podría reducir con prácticas agrícolas más sostenibles, pero para eso hace falta evidencia científica sobre qué medidas reducen la huella de carbono de forma significativa.

La sostenibilidad puede ser un término ambiguo si no se establecen formas de evaluación claras. Por ello, el coordinador del proyecto LIFE Innocereal EU y profesor de Ingeniería Agroforestal en la ETSIAM-Universidad de Córdoba Emilio J. González Sánchez señala que “a través de este proyecto, queremos establecer una certificación para que los agricultores que hacen buenas prácticas sean reconocidos por la cadena de valor”.

Para conseguir esto, el proyecto LIFE Innocereal EU ha desarrollado un manual de buenas prácticas de manejo (BPMs), y ha puesto en marcha varias fincas piloto en Portugal, Italia, Grecia y España. Una de ellas, en el campus de Rabanales de la Universidad de Córdoba.

Las prácticas agrícolas sostenibles (BPMs) son un valor añadido, y, por tanto, suben el precio del producto final en el mercado. Pero los beneficios de ese sobrecoste no suelen llegar al agricultor. El objetivo de este proyecto es crear un marco de referencia –el cereal certificado en bajas emisiones (CCBE)– para que estas prácticas se reconozcan en todas las fases de la cadena de valor, incluida la agricultura.

“Cuando Pastas Gallo compra trigo para hacer pasta”, explica González, “que ese cereal, si viene certificado por LIFE Innocereal, tenga una prima con respecto al que no viene”, razona. “O sea, que los agricultores se vean recompensados económicamente por su buen hacer”, aclara.

Una estrategia prometedora para capear la sequía

Los resultados del proyecto han estado marcados por una sequía en campañas pasadas que ha dejado prácticamente sin producción a las fincas colaboradoras que utilizan prácticas convencionales. En las fincas piloto, la cosecha también ha sido baja, pero la producción ha sido un 17% mejor y las emisiones de carbono han bajado un 6.6% más de media.

Además, ha habido menos costes y la disponibilidad del agua ha sido más alta. Lo que sugiere que estas prácticas serían buenas aliadas en épocas de sequía.

En la agricultura convencional, la tierra se labra antes de sembrar para que el cultivo no tenga que competir con ninguna otra planta, lo que deja calles de tierra desnuda entre las hileras del cultivo y hace que el suelo sea más vulnerable a la sequía y la erosión.

La agricultura de conservación, en cambio, recomienda no labrar, rotar los cultivos y realizar siembra directa sobre los restos del cultivo anterior, para que el suelo esté cubierto y protegido durante todo el año.

Esta técnica mejora la calidad del suelo, y hace que el agua se infiltre en el suelo y se aproveche mejor. Además, resulta menos arriesgada porque no hay que labrar, lo que supone un ahorro considerable antes de la siembra. “Es una estrategia más conservadora desde el punto de vista económico”, explica el investigador.

Para reducir costes, las técnicas de precisión, como el uso de sensores para aplicar herbicidas de manera selectiva o el control de plagas por satélite, también han dado resultados positivos.

A pesar de estas ventajas, el uso de prácticas sostenibles sigue siendo desigual. La falta de formación, la necesidad de adaptar la maquinaria o el que haya que hacer un control más minucioso del cultivo, siguen generando reticencias entre algunos agricultores.

El proyecto, que está entrando en su recta final, forma parte del programa de medio ambiente y acción climática de la Unión Europea (LIFE) y cuenta con la colaboración de representantes de la industria como Cuétara, Gallo, Intermalta o SIP, y con asociaciones y centros de investigación relacionados con la agricultura de conservación y la producción ecológica como IFAPA, Greenfield, Agrifood o la Asociación Española de Agricultura de Conservación Suelos Vivos (AEACSV).

 

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