La inteligencia emocional se consolida como una competencia imprescindible en el ámbito educativo. Así lo subrayan expertos y docentes, que alertan de la urgencia de formar al profesorado en esta habilidad para mejorar tanto el bienestar escolar como el rendimiento académico.

 

El profesor e investigador de la UNED, Juan Carlos Pérez-González, especialista en educación emocional, defiende que “Las emociones son portadoras de información relevante, y saber captar esa información a tiempo, a la vez que saber regular la experiencia y expresión de esas emociones son herramientas personales muy valiosas.

El investigador cita tres razones clave que justifican la capacitación en inteligencia emocional:

Mejora del bienestar docente y del clima escolar: Un profesorado emocionalmente competente toma mejores decisiones, gestiona mejor los conflictos y genera relaciones más positivas con el alumnado.

Es una competencia entrenable: Aunque tiene base genética, la inteligencia emocional puede desarrollarse con formación adecuada. “No es un don. Se puede aprender, pero hace falta rigor científico”, insiste.

La ley lo exige: La LOMLOE reconoce la educación emocional como parte del currículo. Pero, en la práctica, la formación sigue siendo opcional, superficial y, en ocasiones, pseudocientífica.

 

Aulas más positivas y motivadas

Los efectos de un profesorado emocionalmente competente son visibles en el día a día de los centros educativos. “El clima en el aula mejora. Hay más conductas prosociales, los alumnos se sienten más seguros, experimentan emociones positivas y se implican más en sus estudios”, resume Pérez-González.

El docente se convierte en el principal líder emocional del alumnado, actuando como modelo a imitar. Su capacidad para captar y regular las emociones del grupo contribuye al equilibrio y bienestar colectivo.

A pesar de su importancia, la educación en inteligencia emocional sigue siendo escasa y, en ocasiones, poco rigurosa. “Los docentes apenas han recibido formación en inteligencia emocional, o si la han tenido, ha sido muy general o incluso basada en enfoques pseudocientíficos”, advierte el docente.

Para revertir esta situación, Pérez-González recomienda la capacitación en centros respaldados por la investigación científica. Trabajar la introspección con rigor, comprender el funcionamiento de las emociones y utilizar herramientas prácticas, como el diario emocional, que ayuda a identificar y gestionar emociones cotidianas.

 

 

Reformas propuestas y el papel de la universidad

El especialista sugiere incluir la educación emocional en diversas asignaturas de los grados universitarios. En el ámbito de la formación continua, destaca la importancia de que se elijan formadores siguiendo criterios de calidad científica.

La universidad, como generadora de conocimiento, tiene un papel clave en este proceso. “La mayoría de los investigadores sobre educación emocional están en las universidades. Por eso, estas instituciones deben liderar la formación del profesorado en activo”, sostiene Pérez-González.

En los últimos años la UNED ha comenzado a cubrir ese vacío, al incorporar asignaturas sobre aprendizaje emocional en varios grados y organizar talleres abiertos desde el Laboratorio de Educación Emocional (EDUEMO Lab). Además, colabora con entidades como la Fundación Caja Navarra a través de la Cátedra UNED-Pamplona que ofrece formación abierta a profesionales y público general mediante cursos, talleres y conferencias híbridas.

En 2025, impartirá el curso de verano “Evaluación y educación del aprendizaje social y emocional en infancia y adolescencia”, dirigido a docentes y profesionales de la intervención psicoeducativa. A pesar de su creciente importancia, este tipo de cursos aún representa una oferta limitada en las universidades españolas.

El experto insiste en la necesidad de una formación docente rigurosa, basada en la evidencia, que permita transformar el clima escolar y potenciar el desarrollo integral del alumnado.